En 1984, un grupo de militares retirados, hastiados de golpes de estado y sistemas dictatoriales, avergonzados de la impunidad de algunos delincuentes que con su accionar pretendían mimetizarse con las instituciones que su conducta había deshonrado, decidimos formar el Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA) con los siguientes objetivos:
1.- Apoyar, fortalecer y propiciar la continuación del esfuerzo de institucionalización en la República, con la certeza de que la democracia constituye el único medio para lograr la profundización de la liberación argentina y latinoamericana.
2.- Hacer conocer a la opinión pública y en particular a los oficiales de las Fuerzas Armadas, la existencia de un pensamiento militar genuinamente constitucionalista opuesto a toda manifestación militar que exceda los límites de lo legal, lo moral y lo ético; según las más puras tradiciones sanmartinianas.
3.- Propiciar toda acción destinada a recuperar para la Nación Argentina, fuerzas armadas con sentido nacional y continental, porque ellas fueron creadas al calor de las luchas por la independencia y su virtud fundamental debe ser la subordinación de su acción a la voluntad soberana de su pueblo.
2
«Siendo aún jóvenes oficiales de baja graduación, varios de los que fuimos muchos años después fundadores del CEMIDA, nos unimos en nuestro común objetivo de pretender recuperar la vigencia de los ideales sanmartinianos en el interior de nuestras fuerzas armadas para poder apoyar el desarrollo nacional con justicia social, que hiciera desaparecer el abismo socioeconómico que dividía y sigue dividiendo el nivel de vida de nuestro pueblo en muy injustos estratos poblacionales.
»Pensamos ingenuamente que nuestros objetivos podían sintetizarse en muy pocas palabras: “la humanización” del capitalismo”.
»Aún cuando ya estábamos hartos de golpes militares, en una nueva prueba de ingenuidad, pensamos que la persona indicada para materializar nuestros anhelos podía ser el General Juan Carlos Onganía, que a principios de la década de los años 60 había logrado sacar al Ejército del caos en que se había sumergido con tantas intervenciones al margen de la ley.
»En el pecado tuvimos la penitencia, el mismo régimen que habíamos apoyado y en el que alguno de nosotros llegó a cargos altos acordes con nuestro grado militar, fue el que traicionó sus promesas y terminó con nuestras carreras profesionales.
»Comprendimos entonces, duramente, que los golpes de estado jamás podrían aportar a la nación soluciones que hicieran felices a sus habitantes. Fue así, que ya varios años antes del golpe cívico-militar de 1976, eran varios los grupos uniformados que nos oponíamos a la anunciada como inminente nueva caída de un gobierno constitucional. Algunos pagaron duramente su osadía, antes y durante el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”: el Teniente Coronel Bernardo Alberte fue arrojado al vacío desde la ventana de un 6º piso; el Teniente Devoto de Marina está desaparecido; el Coronel Perlinger estuvo siete años preso sin haber sido acusado de nada ni por nadie; (nombramos solamente casos emblemáticos, hubo muchos más)...»
3
«El CEMIDA nace por la necesidad de corregir una actitud histórica equivocada que adoptaron las FFAA desde el 29 de mayo de 1810 y que se prolonga hasta el final del llamado Proceso de Reorganización Nacional.
»¿En qué se manifestó esa errónea actitud?
»En actuar paulatinamente como un Estado dentro del Estado, con leyes propias, vigilando permanentemente los actos de las distintas autoridades civiles. En suma, convertido en árbitro de toda acción de importancia en el interior del país.
»Ya a fines de 1880 esa tendencia empieza a tener mayor vigor. Es cierto que nuestro país resultó dueño de un inmenso territorio que necesitó de la fuerza militar para tener posibilidades de sobrevivir a los peligros externos e internos.
»Pero, poco a poco la fuerza militar se hizo cargo de aspectos políticos y técnicos ajenos a su función específica. Los militares acabaron por suplantar, en sucesivos golpes militares, a las autoridades legítimamente constituidas.
»Esos “golpes” terminaron por mellar la herramienta castrense y la acostumbró a cometer excesos propios de regímenes dictatoriales, repudiados por todo el mundo civilizado y democrático.
»Cuando se terminó el Proceso de Reorganización Nacional y reapareció la democracia, las FFAA mantuvieron su fisonomía acostumbrada: Hermetismo en las contestaciones y el aislamiento dentro y fuera del país.
»En ese momento nace el CEMIDA y rápidamente comenzó a derribar mitos militares, leyes especiales, hermetismo intelectual castrense y privilegios de todo tipo...»
4
Para el Cemida: todo el celeste y todo el blanco
Acabo de recibir un e-mail en el que con templada desazón y moderada nostalgia, los coroneles Horacio Ballester y Augusto Rattenbach anuncian, en una carta abierta, la disolución del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA), por considerar que ha cumplido ya su ciclo de vida.
Con algo de congoja que se alimenta en parte de razones personales –asesoré informalmente a mi padre, el general Ernesto Víctor López Meyer, presidente de dicho centro entre 1985 y 1995, año en que falleció, y por lo tanto conozco en parte la historia de esa entidad– me imagino el costo que debe haber tenido esa decisión para los dos coroneles y los restantes miembros de la institución, y evoco rápidamente su trayectoria al amparo de lo que los propios Ballester y Rattenbach consignan en la carta.
Y confirmo mi propia conclusión de años atrás: la del CEMIDA fue una epopeya de la consecuencia y de la dignidad dedicada a mostrar que otras Fuerzas Armadas eran posibles en nuestro país, y a trabajar incansablemente por ello. Lo hicieron con un coraje y una entrega infrecuentes, empujados por el afán de mantener en alto los únicos fundamentos sobre los que valía la pena pelear por esa meta: la defensa de la democracia y del sistema de valores que inevitablemente debe acompañarla, a sabiendas de que eso, en las condiciones que había dejado la dictadura del Proceso, estaba íntimamente conectado con la búsqueda de un modelo de país que rechazara cualquier tipo de inclusión internacional subordinada y con el rescate de la Memoria, la Verdad y la Justicia. ¡Y vaya si cumplieron!
La noche previa al lanzamiento oficial del centro, una poderosa bomba destrozó la puerta de entrada y parte de los muebles y de los vidrios de las oficinas en las que iba a funcionar. Algunas esquirlas quedaron alojadas en el blindaje de una caja fuerte que formaba parte de aquel mobiliario: tal fue el rechazo y el encono que ese lanzamiento suscitó entre la entonces “mano de obra desocupada” que había servido al terrorismo de Estado, que por esos días acosaba al gobierno de Raúl Alfonsín. Ese fue su bautismo. Y no fue su sino, porque una voluntad a toda prueba y un compromiso y una entrega por momentos estremecedores lo torcieron.
Pero entonces rebobino y me digo, esta singladura da tanto para la tristeza como para el júbilo.
Ballester y Rattenbach enumeran con concisión lo ocurrido en los 27 años que separan la fundación del CEMIDA con el día de hoy: plena subordinación de las instituciones militares al control civil; enjuiciamiento y condena de los uniformados por la comisión de delitos atroces y aberrantes violatorios de elementales derechos humanos; desligamiento respecto de la añosa influencia norteamericana sobre los institutos castrenses; en la misma línea, creación de la Unasur y del Consejo de Defensa Suramericano; finalización de hecho de la alianza extra OTAN; realización de la primera ejercitación conjunta de nuestras tres Fuerzas Armadas con participación de observadores continentales; incremento de la cooperación para la integración de las Fuerzas Armadas a escala latinoamericana, sin el monitoreo norteamericano. Y rematan: “Por supuesto que estamos muy lejos de pretender asignarnos el mérito de tales trascendentales éxitos, pero lo que no se puede negar es que ésos fueron nuestros objetivos liminares, y para su obtención hicimos cuanto nos fue posible con nuestros precarios medios”.
Aparece aquí la modestia, esa noble virtud que nos legara nuestro criollaje, tan distante de la “personalidad majestuosa” de aquel general que nos hundió en MALVINAS, por colocar sólo un contraste entre otros posibles. Modestia de recursos, que no impidió ni la persistencia ni la intransigencia, y modestia de procederes como suele corresponder a hombres austeros, comprometidos y altruistas. Pero atención: esa valorable humildad esconde, sin proponérselo, razones para el júbilo: dieron batalla y aportaron sus granos de arena –por decir lo menos– para una trascendente transformación de la realidad. Esto debe ser reconocido y celebrado.
El alma del CEMIDA fueron cinco coroneles de la misma promoción, la ‘75, del Colegio Militar de la Nación: Horacio Ballester, José Luis García, Augusto Rattenbach, Gustavo Cáceres y Carlos Mariano Gazcón, los dos últimos ya fallecidos. Todo el celeste y todo el blanco para ellos y sus esforzados compañeros: los colores con que nuestro pueblo acostumbra premiar a sus mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario