En la Argentina, las luchas por el poder no se trasladan a las candidaturas políticas, porque esas candidaturas se han vuelto productos televisivos”, afirma Oscar Moreno, abogado y titular de la cátedra Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Subraya que los medios trabajan sobre el imaginario del consumidor para instalar las caras de los nuevos políticos y que recurren a “slogan cada vez más imaginativos” para las campañas.
Moreno es además el compilador de Pensamiento contemporáneo. Principales debates políticos del siglo XX, un libro desarrollado junto con su equipo de cátedra, que toma los pensamientos de Karl Marx y Max Weber como paradigmas de interpretación para comprender al siglo XX. La investigación toma las distintas crisis del capitalismo como puntos de referencia para construir la periodización histórica y explicar, a partir de ellas, las redefiniciones que sufre la relación entre Estado, capitalismo y democracia.
–¿Cómo podemos pensar hoy la relación entre capitalismo, Estado y democracia a partir del nuevo contexto mundial?
–Siento que estamos en presencia de un final de época del capitalismo, de este modelo de predominio financiero en el proceso de acumulación de capital. Y estamos ante la posibilidad de que con este ajuste, que no sé cuantos años llevará, aparezca un proceso productivo más importante y ahí si más integrado en el mundo. Eso va a traer todo un problema de reajuste del sistema.
–¿Qué consecuencias sobre la democracia puede traer ese reajuste?
–Si uno mira para atrás, las crisis trajeron siempre corrimientos democráticos hacia la derecha. La crisis del ’30 trajo la aparición de los fascismos, la crisis del ’75 trajo el neoliberalismo. Y el neoliberalismo en América Latina trajo gobiernos que fundamentalmente achicaron el Estado y para eso achicaron la democracia. Hay un ejemplo que yo suelo dar en mis clases, que si uno mira cuatro de los prototipos de los gobiernos neoliberales latinoamericanos: Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Alberto Fujimori en Perú y Carlos Menem en la Argentina, tres de ellos provienen de partidos de base popular.
El PRI mejicano, Acción Democrática en Venezuela y el peronismo en la Argentina. Claro que si hace 30 años alguien hubiera dicho que un presidente peronista que se dejaba las patillas para parecer al líder de su región, que era Facundo, iba a privatizar el petróleo o iba a hacer caer un 20% la participación de los trabajadores en el producto bruto, a ese personaje lo declaraban insano sin pedirle revisación médica. Y Menem lo hizo. Yo no quiero predecir pero tenemos que tener el cuidado de que no aparezcan, ante las revueltas sociales que va a traer esta nueva crisis, actitudes reaccionarias o de derecha.
–Teniendo en cuenta la irrupción de gobiernos de fuerte base social en Latinoamérica, ¿correrá
riesgo la democracia de la región o habrá margen para profundizar los procesos de participación popular?
–En América Latina, el verdadero problema y el peligro de la democracia es la desigualdad social entre un sector muy rico que vive muy bien y un sector que cada vez tiene menos. La desigualdad no trae pobres, trae excluidos, que son aquellos que no le sirven a la sociedad ni para trabajar ni para producir. Si un chico a los seis meses empieza a ir a un comedor comunitario y va siempre hasta sus 15 años, ese chico tiene varias trabas para integrarse a la sociedad: la primera es que no sabe que la comida cuesta un salario, es decir que hay que ganar un salario para comer; la segunda es que no sabe para qué sirve la mesa, porque nunca comió en la mesa de su casa ni hizo los deberes; y lo tercero y aún más grave es que la comida que se da en los comedores siempre está vinculada a la sopa y al guiso, comidas que se comen con cuchara, que es lo más parecido a la mano del hombre. Entonces ¿cómo querés que un tipo que no sabe manejar los utensilios en la mesa sepa manejar un destornillador? Esta desigualdad va generando una masa de gente que no puede ser absorbida por el sistema. Y si a esto le superponés un método de selección política en la Argentina que todavía tiene muchísimos problemas en el método –esto de la boleta uninominal, por ejemplo–, estás generando un modelo donde un sector muy grande que está excluido, es incluido a la política por el lado de los punteros, sean éstos radicales, peronistas, socialistas, no les estoy poniendo un color político. Y el sistema de elección permite que estos punteros puedan controlar qué vota esta gente. Y creo que el error que cometen los gobiernos democráticos es pensar que se aplaca la desigualdad social con programas de entrega de dinero.
Cuando el país se incendiaba en 2001 y 2002, dos millones de planes Jefas y Jefes de $150 aplacaron la situación. Pero lo que hace esto es prolongar esa desigualdad. La única manera de plantear el problema democrático es superar de una manera seria la desigualdad generando puestos de trabajo y generando un modelo de asistencia social que pase por derechos universales, es decir que alguien tenga el derecho no porque tiene un intermediario.
–¿Cómo es analizado el fenómeno de los gobiernos democráticos latinoamericanos que tienen gran apoyo popular, y en algunos casos raíces indígenas, como en el caso de Bolivia?
–A los sectores dominantes de la investigación en ciencias sociales en América Latina les preocupa hoy muchísimo la aparición de personajes como Evo Morales. Porque Evo, y en menor medida Correa, representa la vuelta a la escena política del indígena. Esos sectores que fueron sacados de la cancha, sacados de la vida, cuando Paz Estenssoro allá en el ’65 hizo el Plan Sachs, han vuelto con Evo. Y esto es lo que los preocupa a los sectores dominantes de las ciencias sociales. La irrupción de personajes como Morales, pero no por lo que Morales representa sino por su base social muy participativa, es lo que les complica la vida a estos cientistas sociales que piensan este tema de la democracia en la región, justamente porque estos actores tienen poca flexibilidad de negociación, porque a través de esta situación se les va la vida.
-Volviendo a la Argentina y a la idea de reducir los niveles de desigualdad, ¿qué margen existe para una acción de gobierno que desarticule el modelo de concentración económica en ciertos sectores de poder?
–Primero habría que plantearse por qué en la Argentina no existe un sistema de partidos políticos. Si cruzás el charco y vas al Uruguay tenés un partido, el Frente Amplio, que nuclea a los sectores progresistas, un partido blanco que es el de la clase media y un partido colorado que nuclea a la derecha. O si vas a Chile, la próxima elección será entre una derecha empresaria organizada como partido y los partidos que conforman la coalición. En la Argentina no hay un sistema de partidos, y esto viene de muy largo. Después de la caída de Perón en el ’55, uno podría pensar que hasta el ’73 había dos opciones políticas: el partido militar, que de alguna manera representaba a esta derecha más concentrada, y el peronismo.
Pero ahora estamos ante un fenómeno novedoso: vivimos el año pasado un conflicto entre dos polos sociales: uno hegemonizado por el sector que nuclea a las entidades patronales del campo, y el otro por el gobierno. Este primero es un sector que viene a disputar poder en la Argentina, porque ya no es un sector productivo, ya no son los propietarios de la tierra. Es el viejo sector financiero, el que vendió sus industrias y ahora viene a invertir acá, y cuando deje de invertir acá invertirá en otra cosa. Por eso no son las retenciones el problema, lo que está en discusión es el poder. Y del otro lado tenés un gobierno que claramente asume el tema de la redistribución del ingreso. Pero si vos querés enfrentar al sector de las patronales de una manera confrontativa tenés que armar una base social, y esa base social la armás con una política redistributiva de verdad.
–¿Y eso es lo que no hay?
–Eso es lo que me parece que le queda corto al gobierno. Claro que entre estos dos polos uno sabe dónde elige estar. Este polo del campo es el de la restauración conservadora. No es casual que en el acto de la Av. del Libertador se entorcharan con la escarapela y colgaran las banderas, porque ellos reivindican el valor de la nación que de alguna manera es anterior al Estado. La nación nace con la Independencia y el Estado es de 1860, para decirlo gráficamente. Ellos son la nación andando. Enfrentarse a este sector, que es el sector más concentrado de la economía, exige construir un polo popular. Y yo no sé si el sistema de partidos políticos en la Argentina, que es un sistema tan de candidatos, permite absorber esta contradicción social. Este me parece que es el conflicto a futuro de la Argentina: que hay una contradicción social muy fuerte entre dos polos claramente identificables que luchan por el poder, pero no sé si eso se traslada en las candidaturas políticas que parecen cada vez más productos televisivos.
–¿Cómo juegan los medios en esta construcción de los candidatos?
–Me parece que para poder entender la política hay que pensar dos imaginarios distintos en una misma persona: el imaginario del ciudadano y el imaginario del consumidor. El ciudadano es el que autoriza a gastar y el consumidor es el que decide qué es lo que es bueno y que es lo que es malo. Cuando ves las campañas políticas de los últimos años en la Argentina, no trabajan sobre el imaginario del ciudadano, sino sobre el imaginario del consumidor. Lo que empieza a aparecer son eslóganes cada vez más imaginativos y caras nuevas instaladas para que la gente las conozca.
–El marketing al servicio de la política.
–El marketing en el sentido de la venta del producto. En la campaña actual, el afiche de Martín Sabbatella dice: “No todo es lo mismo”, una frase marketinera que no expresa todo lo que hizo Martín en Morón o lo que puede ser como político. La política la rigen los medios de comunicación y la manera en que transmiten los intereses de la gente. En la Capital, por ejemplo, van a disputar la candidatura, si nada cambia, Gabriela Michetti y Alfonso Prat Gay. Ninguno de los dos es un personaje demasiado conocido para la gente. Es decir que como “la gente”, entre comillas, exige a través de los medios la renovación de la política, se mantiene la lista sábana, se mantiene la boleta única, pero poniendo arriba a dos tipos que son nuevos, ambos de buen discurso, muy intelectuales, no confrontativos, que hacen saber que son amigos entre ellos, como si fuera otra forma de hacer política, haciendo la misma política de siempre.
–¿Quiere decir que hoy la mediación entre la política y el pueblo la dan los medios?
–Es que la política se ha transformado en un fenómeno mediático, porque no hay partidos, entonces no hay sustento para la política. Acordate del año 1995, los candidatos opositores a Menem fueron José Octavio Bordón y Massachesi. Después con la Alianza aparecieron con una fuerza casi inderrotable Carlos Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide. Con De La Rúa apareció con una fuerza mediática importante Cecilia Felgueras. ¿Dónde está toda esa gente? ¿Y por qué no están? Porque nunca construyeron una fuerza política. Y de ahí viene la importancia de construir partidos políticos. Un partido como el radicalismo que sufrió dos golpes –la entrega anticipada del gobierno de Alfonsín a Menem, el Pacto de Olivos, y la caída de De la Rúa– casi no existía, pero mantuvo su maquinaria en las provincias, en los municipios, en los cargos públicos. Y hoy con algún personaje a la manera de Cobos puede reaparecer en la vida política, pero no reaparece desde la construcción política partidaria, sino desde la construcción de alguna figura mediática.
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