La economía argentina transita un ciclo de crecimiento impactante en términos históricos con dos restricciones notables: sin crédito externo al gobierno nacional y con fuga de capitales.
La existencia de estas limitaciones tiene sus respectivas explicaciones, aunque resultaría un ejercicio contrafáctico entretenido especular sobre el probable comportamiento de la economía aliviada de ese par de factores. ¿Crecería más del ya exuberante 9 por ciento o igual o menos debido a que provocaría la apertura de otros frentes turbulentos, como la probable apreciación cambiaria? Se trata de un juego que requeriría de excesivos supuestos, aunque el punto de partida sería que muy pocas economías en el mundo pueden registrar tasas de crecimiento tan vigorosas como la argentina con esas dos restricciones a la vez.
Estas adquieren aún mayor dimensión en un escenario de crisis en las potencias maduras, que agudiza las tensiones que emergen de esas condiciones particulares de la economía doméstica. En este escenario, con esas variables estructurales que afectan los márgenes de autonomía de la política económica, se encuadra la vocación del Gobierno para instrumentar una más amplia administración del comercio exterior. Sin financiamiento externo y con fuga de capitales en el actual contexto internacional obligan a contar con las divisas necesarias para alcanzar el equilibrio de la Balanza de Pagos, lo que implica necesariamente acumular un saldo comercial positivo cercano a los 10 mil millones de dólares anuales. Esa cuenta es la principal fuente de divisas excedentes para mantener a la economía en un sendero alcista eludiendo la crisis que se cansan de convocar, sin éxito, economistas del establishment, además de protegerla de los impactos negativos de la crisis internacional.
Detrás del objetivo de mantener un sustancial balance comercial superavitario se encadenó la batería de medidas vinculadas al mercado cambiario y al comercio exterior. El control en la compra de moneda extranjera, que combate las operaciones con dinero no declarado, y las varias iniciativas en el área de las importaciones, que alienta la sustitución y la producción local, son subsidiarias de una meta superior: obtener un saldo de divisas suficiente para continuar con el actual período de crecimiento. La presión para disminuir y hasta frenar la remisión de utilidades de multinacionales también forma parte de ese propósito.
Es probable que si no hubiera habido una fuga de capitales tan intensa o un déficit comercial tan abultado en el sector energético no se habría instrumentado la medida para detener el giro de fondos al exterior de bancos extranjeros. O no se hubiera explicitado en forma tan rotunda la presión al Grupo Eskenazi que maneja YPF, empresario considerado “amigo del poder” por no pocos analistas, por la generosa remisión de utilidades y por la exigencia de más inversiones.
El kirchnerismo se ha caracterizado a lo largo de su gestión que reacciona ante la necesidad, profundizando políticas de intervención pública, industrialización o de inclusión social, según la demanda de los acontecimientos, y desafiando la receta de la ortodoxia. No recorre los preceptos aconsejados por el mundo de especialistas en la materia (planificación, previsión e implementación) e interpela constantemente los análisis esquemáticos de voceros conservadores. De acuerdo con los resultados de estos años, puede ser que la estrategia kirchnerista sea la adecuada teniendo en cuenta la calidad de los sujetos sociales intervinientes en el escenario de la política y la economía local. De esa forma se ha ido configurando un patrón de desarrollo que va siendo pulido sin margen para el retroceso, puesto que si lo hace perdería la legitimidad social adquirida. Esto lo impulsa a disponer medidas que avanzan, por caso, en la administración del comercio exterior y, en especial, en la sustitución de importaciones.
En el último número de Coyuntura y de-sarrollo elaborado por la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) se afirma que “el Gobierno deberá compatibilizar virtuosamente los progresos en materia de inversión real con la modalidad que adquiera el control selectivo de las importaciones, asumida como necesaria para maximizar el saldo comercial”. Resolver ese dilema, se sostiene, es una condición ineludible, tanta para el pleno aprovechamiento del mercado interno como a fin de contar las divisas suficientes para llegar al equilibrio en el Balance de Pagos. FIDE, institución liderada por el economista Héctor Valle, indica que “se estima que tales propósitos suponen no sólo alcanzar un excedente de más de 9.000 millones de dólares, sino lograr que se liquide el total de las exportaciones, incrementar los ingresos por turismo y negociar con el capital extranjero para que sean menores, este año, sus remesas en concepto de utilidades y dividendos”.
En ese sentido, evalúa que obtener un saldo comercial positivo en línea al contabilizado el año pasado es una estrategia, como fuente principal de divisas, que “se ha convertido en una virtual ‘cuestión de Estado’”, tarea que no es sencilla porque el comercio internacional se ha estancado con tendencia declinante. Por eso concluye que “el espacio del comercio exterior será entonces un territorio donde se efectivice la decisión táctica de proteger la economía interna para eludir mejor los impactos de la crisis internacional”.
La intensificación de las medidas de administración del comercio exterior, motivadas por factores internos y externos, se va orientando entonces a consolidar aspectos estructurales de desarrollo. El profesor coreano Ha-Joon Chang, uno de los más importantes economistas heterodoxos del mundo, explica que “la mayoría de los actuales países ricos usaron la protección arancelaria y los subsidios para desarrollar sus industrias en las primeras etapas de su desarrollo”.
Practicaron el intervencionismo estatal en la búsqueda de convertirse en economías avanzadas. Gran Bretaña se hizo librecambista a mediados del siglo XIX (más precisamente en 1846 con la abolición de las leyes de granos) cuando ya era la principal potencia industrial del mundo y podía colocar ventajosamente sus manufacturas y bienes de capital.
Estados Unidos es otro ejemplo: los industrialistas y proteccionistas del Norte necesitaron una guerra civil para eliminar a los librecambistas sureños, cuya base de sustentación económica era el sistema esclavista.
Más adelante, Alemania en el siglo XIX, Japón en el XX, los países del sudeste asiático después de la Segunda Guerra Mundial, que forman hoy parte del mundo industrializado, practicaron el proteccionismo para defender sus industrias.
Esto significa que casi todos los países cuidan sus mercados, vigilan el ritmo de ingreso de los importados y diseñan políticas para equilibrar los intereses de la producción nacional y los de sus principales socios en el comercio internacional. Forma parte de una estrategia compleja para mejorar la integración de la industria nacional y su inserción en el comercio internacional. Para ello los sectores beneficiados por el proteccionismo deben asumir compromisos de producción, precios domésticos, empleo y exportación.
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