Juan Manuel Abal Medina: Su apellido está en el bronce del peronismo. Hermano de un jefe montonero, fue amigo de Rucci, Galimberti y Lorenzo Miguel. Radicado en México desde hace un cuarto de siglo, advierte sobre el “neoperonismo gorila” y defiende a los K. Sus diferencias con Pino y Bonasso.
La road movie de Juan Manuel Abal Medina tiene tres escenografías: la convulsionada Buenos Aires de los setenta, la embajada de México en suelo porteño –convertida en cárcel de lujo durante los seis años de dictadura–, y el Distrito Federal, la megaciudad que lo cobijó durante el último cuarto de siglo.
En el DF, Abal Medina lleva la vida de un abogado de cierto éxito, con oficina en el coqueto barrio de Polanco y enamorado de la media docena de museos esparcidos por los bosques de Chapultepec. Pero basta que le sirvan la primera de las seis tazas de café –descafeinado– para constatar que mantiene intacta la pasión que lo trajo hasta aquí: la política. “Disculpá, pero estoy en medio de dos elecciones, y el teléfono no para de sonar. Te juro que ya lo apago”, promete. Cumple a medias. Apaga uno de los dos aparatos y pone el otro en modo silencioso. En efecto, a lo largo de la entrevista, ese teléfono no cesará de vibrar.
El primer tramo de esa road movie fue vertiginoso. Formado en el nacionalismo tomista, a los 25 años conoció a Juan Domingo Perón y a los 27 ya era secretario general del Partido Justicialista. Fue el organizador del Operativo Retorno, que concluyó con el regreso de Perón en 1973, e impulsor de la medida que más irritó a los militares de la época: la liberación de los presos políticos. La mayoría de ellos eran miembros de la Tendencia Peronista de izquierda, sector que referenciaba a militantes de base y a los sectores radicalizados, como Montoneros, cuyo primer líder fue Fernando Abal Medina, hermano de Juan Manuel. Desde entonces, su apellido quedó grabado en el bronce de movimiento justicialista.
Su palabra adquirió el peso específico de los que están dispuestos a protagonizar y, a la vez, dejar testimonio de su época. “El mundo está viviendo una transformación histórica, y la Argentina está frente a una inmejorable oportunidad: o se sube definitivamente al futuro de la justicia social o vuelve al pasado del despojo y la riqueza para pocos”, dice. Abal Medina aclara de antemano que él no es un observador imparcial. Respalda sin fisuras al gobierno K. Al fin y al cabo, le dedicó su vida a la “causa peronista” y “no son tiempos para sacar los pies del plato”.
–¿Por qué le adjudica un valor crucial a estas elecciones?
–A partir de la cuestión de la soja, una cantidad de fuerzas que estaban dormidas, pero que nunca perdieron su presencia y poder por estar vinculadas a los medios masivos de comunicación de la oligarquía, encontraron una veta para generar un enfrentamiento contra el Gobierno. A esto se suma una clase media porteña tradicionalmente propensa al gorilismo que se había abrazado al kirchnerismo como una forma de salir de la crisis. Cuando el peronismo la saca de la crisis vuelve a su vieja cosa gorila. A partir de allí se va generando esta polarización y va tomando el cariz de un enfrentamiento ideológico. Si algo faltaba para que esto fuera así, la reivindicación abierta que ha hecho toda la derecha gorila de las peores cosas de los noventa, y en algunos casos hasta de los setenta, hizo que una elección que debía ser de medio tiempo se convirtiera en una batalla abierta entre dos ideas y modelos de país.
–Pero Solá, Macri y De Narváez se dicen peronistas...
–Solá es peronista, pero por despecho y cuestiones personales ha ido a parar a una oposición gorila, donde además lo maltrata y lo subestima un señor que es inconcebible que tenga algo que ver con la política argentina, que es este De Narváez. Ese es un caso muy significativo: se trata de un señor que, basado en su poder económico, gastando dinero en cantidades inusuales para alguien que dice gastar su propio dinero, con problemas impositivos, y cuyo abogado defensor en una de sus empresas es también abogado de un conocido narcotraficante. De Narváez es un marginal de clase alta con el cual nadie serio se sentaría a la mesa y mucho menos le propondría que sea candidato a nada. La sociedad argentina no debería permitir que alguien así sea candidato. Esto lo digo con vehemencia porque conozco lo que pasa en un país cuando se deja que gente de esa catadura moral se involucre con la política. Sé lo que pasó aquí, en México, cuando se dejó que gentuza de ese tipo tuviera que ver con la política. El narco se mete. Y De Narváez es peor que un narco, es un amoral que con su dinero y su falta absoluta de ideas encontró cómodo sumarse con Macri, quien en definitiva es quien le pone las ideas.
–¿Y cuáles son esas ideas?
–Bueno, mucho no se conoce. Habrá que guiarse por lo que dice esa chica, (Gabriela) Michetti, que sostiene que lo de las privatizaciones es un debate agotado en el mundo, cuando en realidad es todo lo contrario. Por eso creo que es inaudito lo que estamos viviendo, porque todo el mundo va para el otro lado, y en la Argentina, de la mano de Macri y De Narváez, se quiere resucitar una Argentina del pasado. Lamento mucho que la hija de mi querido amigo Rucci se haya sumado a la lista encabezada por un personaje tan deleznable.
–¿Por qué cree que lo hizo?
–Quizá por cuestiones personales, quizá porque no se la trató bien, quién sabe... Que mi amigo Eduardo Amadeo esté en esa lista... Creo que estos compañeros van a volver, van a salir de eso que es el campo de la antinación para volver al peronismo.
–¿Entonces tiene razón Elisa Carrió cuando advierte que “después de las elecciones se van a juntar todos”?
–No, no, no. Con De Narváez no me junto ni a tomar un café. Con Macri no me juntaría en nada político. Pero la gente que se ha ido por temas circunstanciales seguro que va a volver.
–¿Incluye en esa lista a Pino Solanas, el candidato que parece cautivar al voto-moda de los porteños?
–Pino y Alcira Argumedo son grandes personas, grandes compañeros, pero se equivocan gravemente dividiendo el voto peronista. Porque acá lo que se plantea es justamente eso: si esta hubiese sido sólo una elección de medio tiempo, yo no habría dicho una sola palabra sobre Pino, o sobre Miguel Bonasso, que es mi hermano de la vida y ahora está con Ibarra.
Pero tal como se plantean hoy las cosas, donde gana o es derrotado el modelo del Gobierno, el ganador de esa eventual derrota es la derecha. Por eso me cuesta entender su postura.
–¿Qué hizo mal el Gobierno para distanciar a cuadros como Bonasso o ciertos movimientos sociales?
–Aunque no soy acrítico, en estas circunstancias no voy a enfatizar ningún error del Gobierno. Todo lo de este lado está bien, porque está tan mal lo del otro lado, es un espanto tan grande, que cualquier crítica que haga podría servir a los intereses de ese sector. Y estaría cayendo en el mismo error en el que caen estos compañeros. De todos modos insisto, los peronistas de verdad van a volver.
–La historia demuestra que el peronismo tiene algunas lealtades y muchas traiciones. ¿Qué le hace creer que los que se fueron no apuntalarán otro proyecto político a futuro?
–Mire... ¿qué es ser peronista? Una vez hablando con el general Perón coincidimos en que el peronismo, cuyos márgenes son muy amplios, es un eje llamado justicia social. Somos peronistas los que creemos en una sociedad igualitaria, y como tales nos hermanamos con una tradición histórica que nace en Artigas, que continúa en Rosas, la montoneras y por supuesto el general Perón. Por eso es que el diario La Nación, fundado por Bartolomé Mitre y heredero de la antipatria, está en contra. Es lógico y natural. Desde siempre ellos y nosotros estuvimos en lugares distintos. Ahora, que haya peronistas sumándose a eso, es absurdo.
–¿Cómo observa a la Argentina poselectoral?
–Con un peronismo reunificado, reorganizado, y un partido radical que, a pesar de sus problemas, sería injusto decir que su expresión histórica fue (Fernando) De la Rúa.
–¿Julio Cobos lo expresa?
–Cobos es un personaje un poco triste. Un señor que cambia un voto por lo que dice la hija es una figura demasiado menor. No me parece que tenga estatura histórica.
–Para los encuestadores es un fenómeno político. ¿Cuántos fenómenos políticos vio pasar en sus cuatro décadas de vida política?
–Muchas decenas. Al pobre Ezequiel Martínez se lo empujó como un gran candidato. Yo tuve que negociar cosas con él en dictadura, tenía debilidades evidentes, pero para La Nación era un genio. Otro señor, Chamizo, que hasta De Narváez debió haber tenido el récord de plata gastada en una campaña, también pasó sin pena ni gloria. Cobos está en esta línea, parece poca cosa.
–Antes hablaba de una disputa de modelos. ¿Cómo definiría al modelo K?
–Si tuviéramos esa respuesta seríamos candidatos al Nobel, porque este dilema se da en todos los gobiernos populares del planeta.
Está claro que el mundo ha cambiado y busca nuevos paradigmas. Creo que habría que caracterizar los modelos por sus intenciones. Hay sectores que quieren avanzar en la justicia social, y hay sectores ultraoligárquicos que pretenden mantener vivo el neoliberalismo. El modelo que se aplica es hijo de estas intenciones.
Ahora, en la Argentina pasa algo muy particular, porque la derecha presenta como nuevo algo que en el mundo se abandona por obsoleto. Fíjese lo que pasó con el tema de la soja. Los medios mintieron descaradamente y lograron que la clase media defendiera un modelo agrodependiente que incluso conspira contra sus propios intereses. Conozco bien el tema porque provengo de una familia de productores agropecuarios, que llegó a tener unas dos mil hectáreas en la zona núcleo y que quebró en los noventa. Pero no por culpa de la conducción del campo, que lo dirigía mi hermano, un agrónomo de primera. Quebramos por el programa económico de Menem y Cavallo, al igual que muchos de los que ahora se quejan porque quieren ganar más plata. Y de paso les hacen el juego a los medios, que aprovechan para exagerar y mentir en pos de sus objetivos comerciales.
–Kirchner se declaró en guerra con Clarín y sugirió que un sector de la prensa es un contrincante a vencer. ¿Coincide con esa postura?
–Cuando la libertad de prensa se confunde con la libertad de empresa, prima el deseo empresario de subordinar la voluntad política. No tengo problemas en que el partido antinacional tenga su periódico, como La Nación, pero que quede claro que ahí no se ejercita la libertad de prensa, sino que es el órgano partidario de ese sector.
–¿Habría que redefinir el concepto de libertad de prensa?
–Sin dudas, porque tal como hoy está considerada, la mentada libertad de prensa deforma la democracia. Sin ir más lejos, los medios imponen un candidato sólo porque tiene dinero, sin exigirle ninguna idea. Esa benevolencia, está claro, no es convicción política, sino conveniencia comercial. La sociedad debe tener mayor participación en los medios para evitar estos dislates.
–¿La sociedad o el Estado?
–El Estado debe tener sus medios, pero la participación de la sociedad es fundamental. Por eso hay que impulsar la ley de medios audiovisuales, que plantea una verdadera libertad de prensa. Porque hoy rige la negación de esa libertad. Que un periódico, como Clarín, pueda publicar la brutalidad que publicó respecto de una eventual salida anticipada del Gobierno, es una clara operación preelectoral que busca imponer una agenda sabiendo de antemano que es falsa. Al menos La Nación plantea sus ideas, nefastas, pero ideas al fin.
–¿Esos medios expresan al empresariado en general?
–A muchos sí, pero no a todos. Hay grandes empresas nacionales que acompañan este proyecto.
–¿Incluye a Techint en ese grupo?
–Sí, aunque es una mala coyuntura. Hay varios empresarios convencidos del proyecto nacional.
–Usted es amigo de Carlos Slim, considerado uno de los hombres más ricos del mundo. ¿Se puede ser millonario y tener conciencia social?
–Slim es un enorme generador de empleo serio, empleo con todas las prestaciones. Tiene cerca de 400 mil empleados. Pero además aporta cantidades enormes de dinero para el desarrollo social. De todos modos es consciente de que es hijo de un desarrollo económico que no debería darse de este modo. Pocos saben que la mayoría de los asesores económicos de Slim es gente de pensamiento de izquierda, entre ellos un gran secretario de Hacienda de México.
–La izquierda parece haber modificado aquella consigna que sostenía que la burguesía es el sujeto a vencer para pasar a ser el sujeto a convencer. ¿En qué etapa del proceso de convencimiento estamos?
–Estamos saliendo de una etapa terrible de la humanidad que fue el pensamiento único y el individualismo loco. Los resabios de eso es lo que ahora se está agrupando en facciones, como esos del Pro. Pero el desafío no se agota en desenmascararlos. También el Estado se está replanteando como institución, sabiendo que debe controlar y ser eficaz, como eliminar la idea de la política como carrera individual. Yo mismo soy un ejemplo de que la política no necesariamente debe ser una forma de ganarse la vida. Con mi historia y mis contactos no me costaría nada abrir puertas para grandes negocios. Pero no lo hago. Quizá porque pertenezco a una generación que abrazó la política con fines menos miserables que los que se ven ahora, en tipos como De Narváez. Espero que los peronistas comprendan que ese señor ni siquiera le dedicó jamás una reflexión a la justicia social. Para tipos como él, el mundo se divide entre consumidores, clientes y votantes. Para nosotros, son personas.
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