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Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.

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Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.

13/11/16

QUÉ TRUMP






Las 7 propuestas de Donald Trump que explican su victoria

La victoria de Donald Trump (como el ‘Brexit’ en el Reino Unido, o la victoria del ‘no’ en Colombia) significa, primero, una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de sondeo y de las encuestas de opinion. Pero significa también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es ‘lo desconocido’. Ahora todo puede ocurrir.

¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña? Este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el Brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un caracter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo « politicamente correcto », que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la « palabra libre » de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.

A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la « rebelión de las bases ». Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un «conservador con sentido común» y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la TeleRealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la « casta ». Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores”. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en « Juego de Tronos », de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21 mil millones de dólares sería financiado por el gobierno de México. En ese mismo orden de ideas : también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes…Y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.

También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es “la base de una sociedad libre”, y su critica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa”, impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño” del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad”.

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era : ¿ cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados ? Algo no cuadraba.

Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende, silenciados por los grandes medios.

1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: «No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación» . En un tweet reciente, por ejemplo, escribió : «Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%.»

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros : The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito…

2) Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron.

3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. «Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país.», suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del Brexit, Donald Trump ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: «El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos.»

En regiones como el rust belt, el «cinturón del óxido» del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo.

4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Tump ha prometido no tocar a estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los « sin techo », reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

6) En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.

7) Trump estima que con su enorme deuda soberana, los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una politica extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN : « No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN. »

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el por qué de su éxito.

En 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un Ciclo de cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo Ciclo geopolítico cuya peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en particular en Francia con Marine Le Pen – es el ‘autoritarismo identitario’. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo…









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Vino, vio, y ella perdió

Los medios estaban estupefactos, las caras de los periodistas eran una mueca, sus análisis disparatados. Las bolsas del mundo se desplomaban. Eran las dos de la mañana y Trump tomaba irreversiblemente la delantera en la carrera presidencial para dejar a Hillary Clinton con los crespos hechos. He came, he saw, she lost.

Buenos días, tenemos nuevo presidente. ¡Gracias medios de comunicación!… ¿Gracias medios de comunicación?… Donald Trump, no solo ha vencido a Clinton, también derrotó a los grandes medios que, de manera orquestrada, se dedicaron a reforzar la imagen de monstruo peligroso que hoy hace temblar quienes todavía creen en lo que dicen las primeras planas.

¡Trump es un racista! Clamaban los mismos medios que silencian o tuercen a conveniencia la matanza sistemática de ciudadanos negros por parte de la policía. Los medios que no cuentan cómo y por qué las cárceles de los EEUU están llena de negros y latinos. Trump es un racista, aunque Hillary había llamado a los jóvenes negros super depredadores. La conveniente hipocresía ya no podía ser contenida.

Los grandes titulares escandalizaban para callar otras cosas que Trump decía, pero la gente, sobre todo los blancos pobres, esos que llaman allá “white trash”, basura blanca; hartos de no ver su realidad reflejada en ningún noticiero, invisibles, porque, por ser blancos, ni siquiera entran en eso que llaman minorías, pararon la oreja.

Trump denunciaba a un sistema que permitía que tipos ricos, como él, se declararan en bancarrota, una, y otra, y otra vez sin sus bolsillos sufrieran algún daño. Un sistema que, a la vez, penaliza severamente a cualquier ciudadano cuando no puede cumplir con el pago de alguna cuota de su vida hipotecada, bloqueándolo por varios años del acceso al crédito, cosa que en el país de las oportunidades te convierte en un paria. En los EEUU, la línea de crédito es tu única credencial. Es casi mejor tener antecedentes penales que una línea de crédito manchada. El crédito determina la posibilidad de alquilar una vivienda, y ni hablemos de comprarla. Lo mismo para acceder a un seguro de salud, una vaina vital, porque allá no existe la salud pública. Sin crédito, no eres nada. Tu crédito determina, incluso, la posibilidad de obtener un buen trabajo; quien no paga bien, no puede ser una persona responsable.

Mientras los medios destacaban que Trump era un misógino, él denunciaba a un sistema donde los ricos podían comprar con sus “donativos” a la clase política. “Todos ustedes han recibido dinero de mi” –decía, en el primer debate republicano, a sus contrincantes. Todos bajaron la cabeza tratando de disimular tan incómoda verdad. “Incluso, yo le pagué a Hillary Clinton” –continuó. “Uno les paga para que hagan lo que uno quiere. Ella vino a mi boda porque yo le pagué”. Y no solo van a bodas, pasan leyes que favorezcan al mejor postor. Y los pobres, por supuesto, nunca tienen para pagar por una ley que los proteja de los desmanes de las grandes corporaciones, siempre tan generosas con sus donativos.

Se preguntó Trump, en voz alta y frente a los micrófonos ¿Qué hacían los Estados Unidos derrocando gobiernos por el mundo. “Yo soy un hombre de negocios. Yo puedo sentarme a negociar con gente que me caen muy mal y obtener resultados que nos beneficien a ambos” – Habló , incluso, de una alianza con Rusia para detener al Estado Islámico, todo esto cuando le preguntaron por su política hacia los gobiernos “enemigos”. Se preguntó qué hacían metidos en todas esas guerras. Cuestionó la existencia de la OTAN. Habló de los millones desperdiciados en guerras, y propuso dirigir ese dineral hacia adentro de sus fronteras para poder reducir impuestos, abaratar la medicina, mantener planes sociales… y los prospectos de soldado, los pobres que no tienen otro remedio que irse a matar o morir para que la Exxon haga caja, lo escucharon, a pesar de que los medios hacían todo el ruido posible para que sus palabras no llegaran.

Y el bocón se metió con la banca, proponiendo mayores impuestos y una legislación que limite las inversiones de riesgo en la banca tradicional. Trump también renegó de los tratados de libre comercio que que dejaron a millones de obreros americanos fuera de juego. Habló de rescatar el orgullo del “Made in USA”, habló de volver a hacer de Los Estados Unidos un país grande otra vez, reviviendo la nostalgia por aquel idílico país de los años 50. “Make America great again”.

Y claro, habló del muro mexicano, y contra la inmigración ilegal, y de mujeres facilongas que se van con tipos como él por dinero, pero ¿en serio creen que fue por eso que las grandes corporaciones lo marcaron como el enemigo, que por eso los medios lo pintaron como un payaso, y todito el sistema financiero se alió con en su contra? ¿En serio creen que es por eso eso que las bolsas se desploman hoy a niveles del 11S?

No sé si Trump va a gobernar a la altura de lo que su boca dice. Lo que sí sé es que el sistema se tambalea desde adentro, desde sus propios excesos, desde su propio desprecio a las gentes que lo sostienen a punta de sudor y sangre, desde el fruto de ese mismo sistema de injusticias: un multimillonario, que, acostumbrado a decir y hacer lo que le de la gana, terminó desnudándolo.







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Mauricio Trump

“Todos tenemos un amigo que votó a Macri y ahora se lamenta porque ganó Trump” dice una frase que circula por las redes. Ironías aparte, tiene algo de razón, Macri es más parecido a Trump aunque quisiera parecerse a Hillary. Los dos son de derecha, pero Hillary es más presentable. Para los macristas, el triunfo de Trump en Estados Unidos fue como si los hubiera sorprendido un espejo caminando por Florida y los enfrentara a la imagen del empresario rústico, ignorante y oportunista para los negocios, que se desayunó al sistema político y alcanzó la presidencia. Trump y Macri fueron socios en un emprendimiento inmobiliario en Manhattan. Forman parte del mismo universo cultural. El aparato mediático del macrismo, Canal 13, TN, Lanata y demás, se apresuraron a disimular esas semejanzas, lo hicieron como si les dieran vergüenza. “Trump es de derecha, como el kirchnerismo pero sin doble discurso”, dijeron.

Macri y Trump son parte de la propagación en todo el mundo de una hegemonía conservadora y regresiva. Se habla de Hillary como progresista y Trump conservador. Pero cada uno representa un aspecto diferente de la derecha. Es un fenómeno paradójico. Los obreros empleados y desempleados del cordón de óxido de los viejos estados industriales que hace pocas semanas votaron al izquierdista Bernie Sanders en la interna demócrata, ahora lo hicieron por el conservador Donald Trump. El principal motivo que traccionó esos votos las dos veces fue la necesidad de generar empleo y defender el que hay, un reclamo que relegó otros aspectos. Hubo “progresistas” que en Argentina votaron a la derecha y preferían que gane Hillary en Estados Unidos. Y hubo progresistas peronistas y no peronistas que preferían a Trump por sus promesas de menos intervencionismo. Cualquiera de los dos era un desastre para Argentina. Es posible que el intervencionismo de Trump sea menor, pero será más agresivo, sobre todo en la competencia con China. Rusia es más un problema para Europa y Alemania. Con Macri, Argentina quedó muy vulnerable ante la gestión de Trump. El presidente es más parecido a Trump y hasta puede entender su lógica chabacana de country de ricachones, pero necesitaba desesperadamente que ganara Hillary para mantener el Transpacífico, los tratados de libre comercio y las bajas tasas de interés de la Reserva Federal.

Hay similitudes para repartir. Pero a nadie le causaría sorpresa si se topara a Macri, Trump y Silvio Berlusconi abrazándose en Olivos. El abrazo kirchnerista, en todo caso fue entre Néstor, Lula y Chávez. Son fotos diferentes, con éticas y lógicas opuestas.

Los medios conservadores argentinos sueñan con parecerse a los grandes medios norteamericanos como The Washington Post o The New York Times, llamados “los medios serios” que apoyaron abiertamente la campaña de Clinton. Una gran cantidad de medios respaldó a la candidata y creó la sensación de que Trump no tuvo respaldo.

No fue tan así, porque en gran parte de su campaña recibió el soporte activo de Rupert Murdoch, el magnate mundial que encabeza un poderoso grupo multimedia que abarca desde prensa deportiva hasta la empresaria y bursátil, del ex News Corporations, hoy dividido en 21th Century Fox y NewsCorp. A los que se sumó una miríada de publicaciones localistas y el respaldo de los grandes Chicago Tribune y Los Angeles Times. The New York Times y The Washington Post son leídos por las capas medias y altas urbanas, pero los medios gráficos y de televisión, amarillistas y gritones, de Murdoch, son medios populares, que llegan a millones de esos trabajadores y campesinos del país profundo que pusieron su voto por Trump. Todos los medios, los que respaldaron a uno y otro son de derecha. En el sistema de medios norteamericano no existen medios importantes que expresen una mirada progresista y popular.

La batalla también se dio en las redes. Trump usó una artillería pesada de botts y trolls, y docenas de personas creando contenidos y estrategias provocativas para involucrar audiencias, además de su intervención personal. En Twitter, Trump tiene 11 millones de seguidores, en tanto que Clinton, con una campaña muchísimo más costosa y el apoyo de los medios “serios” tenía ocho millones. En Facebook, la relación era 10,2 millones de “me gusta” en la página del republicano, a 5,5 millones de la demócrata. Las declaraciones más bizarras del empresario recalentaban las redes. Podría decirse que el lenguaje ramplón y berreta que usó Trump encajaba mejor en la lógica crispada de las redes.

Otro parecido: la etiqueta más popular de Trump en Twitter fue #CorruptaHillary. Fue su caballito de batalla: “Hillary es tan corrupta que la echaron de la Comisión Watergate. ¿Cuán corrupto tienes que ser para que te echen de la Comisión Watergate? Bastante corrupto”, repitió en varios de sus discursos. La acusación de corrupción a su adversaria llevó a la presidencia a un empresario de la construcción, donde todos los norteamericanos saben que se lava dinero y que allí anidan mafias de las más pesadas. En Argentina, ese mismo discurso “anticorrupción” contra su oponente llevó al poder a un empresario que hizo su fortuna como proveedor del Estado que, como todo el mundo sabe, es un negocio plagado de tramposos y coimeros. La coincidencia es también que ambos presidentes fueron socios.

Los servicios de inteligencia: otro respaldo que se escapa en la mayoría de los análisis. El FBI respaldó abiertamente a Trump con fuertes operaciones de inteligencia. Pocos días antes de la elección, James Comey, director del FBI, hizo filtrar una carta donde informaba al Congreso que se había abierto una investigación sobre e-mails de Clinton. Fue un golpe mortal a la ex primera dama, terminó de alejar a mujeres, latinos y negros que directamente no fueron a votar. Ojo: en el equipo de Trump sobresale Rudolf Giuliani, lobbista del mundo de las armas y de la seguridad y un contacto directo con los servicios.

Es difícil englobar esta irrupción generalizada de las derechas con respaldo de masas en el mundo. Tienen signos diferentes en cada país y los significados tampoco son los mismos cuando se trata de economías centrales o economías periféricas. Y es difícil hacerlo en un mundo cambiante donde al producirse con rapidez muchas veces los procesos son asincrónicos: Macri y Trump surgen cuando decayó la estrella de Il Cavaliere Silvio Berlusconi en Italia.

Cuando habla de los derechos de las minorías, de la inmigración o de las mujeres, Trump saca conceptos del ideario restaurador y neoconservador que busca restringir derechos. “A todas las mujeres les gusta que les digan un piropo, aquellas que se ofenden, no les creo. No puede haber nada más lindo que un piropo, por más que esté acompañado de una grosería, que te digan qué lindo culo tenés, está todo bien”. Bueno, ese no fue Trump, fue Macri. Trump dijo: “Cuando eres una estrella, las mujeres te dejan hacerles cualquier cosa, agarrarlas por el coño, lo que sea”. Bernasconi tiene a docenas. Para Trump, los inmigrantes latinos son lo peor, “violadores y ladrones”. Va en línea con lo de “resaca” como los calificó el senador Miguel Angel Pichetto y ratificó Claudio Avruj, el secretario de Derechos Humanos de Macri, que antes había dicho que acabaría “con el curro de los derechos humanos”. Trump prometió que sacará el plan de salud para los pobres, el Obamacare. Hay muchas acá sobre ese tema, desde la frase del radical Ernesto Sanz de que la plata de la AUH se va por la canaleta de la droga o la que dijo hace pocos días el mismo Macri al canal de La Nación de que había “muchos argentinos que son pobres y no se habían dado cuenta”. Se dan cuenta con él, pero eran pobres de antes.

Es probable que muchos votos de Trump hayan sido antisistema. Pero Trump es producto del sistema. Los mismos medios y periodistas que en Argentina estaban desolados por la derrota de Hillary Clinton, coincidían con Trump en su diatriba contra los inmigrantes. En Argentina se viene una crisis social muy fuerte y esos discursos que estimulan la guerra entre pobres son funcionales a la derecha. Ellos aquí y Trump allá, son una consecuencia del esquema de valores que puso en juego el neoliberalismo en su confrontación crispada con las experiencias democráticas y populares: la antipolítica, la exaltación de la riqueza como máxima virtud, la naturalización de la pobreza, la leyenda del empresario sin cultura ni escrúpulos que triunfó. Trump abona al mismo clima de época que Macri, que Uribe y el No a la paz en Colombia y que el Brexit en Gran Bretaña.








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El cielo se llenó de cisnes negros

Introducción: si por “cisne negro” se entiende a los hechos extraordinarios, imprevistos e impredecibles que rompen política, social y culturalmente con la acostumbrada línea del horizonte y con la línea vertical de la ley de gravedad vigente, digamos que varios y diversos hechos han logrado ser merecedores de tal mote en el último tiempo. Nombremos algunos: la votación de Inglaterra para salir de la Unión Europea (Brexit); la votación por el No a la Paz en Colombia; La unción de un cura peronista como Papa; la victoria de Donald Trump en los EE.UU. De allí el título de esta reflexión somera para abrir el debate.
1.- El triunfo de Trump es el inicio del fin del neoliberalismo global y la aceptación norteamericana de que el mundo dejó de ser unipolar para convertirse en un mundo multipolar. Es el primer presidente de los EE.UU. que no llega al gobierno con el apoyo poderoso del complejo financiero militar de su país ni de Wall Street ni de los grandes medios. Léase: la flor y nata del poder neoliberal global.

2.- EE.UU. desarrollará con Trump, según se anuncia, una fuerte política aislacionista, puertas adentro de sus fronteras, que tendrá como meta devolver a los estadounidenses la ilusión del sueño americano: basta de gastos bélicos para costear los gastos del mundo a expensas de la creciente pobreza del ciudadano propiamente norteamericano; es lo que proclama Trump.

3.- Hay que dar un intenso debate con los compatriotas que por desconocimiento o prejuicios se compraron el cliché de que en EE.UU. ganó la derecha más retrograda y perdió el progresismo más avanzado. Ganó una versión norteamericana de la derecha nacionalista, sí. Pero la que perdió fue una de las principales comandantes de las fuerzas políticas militares de EE.UU. y la OTAN que asesinó en vivo y en directo a un líder terrorista antes prohijado por ellos ( Bill Laden) y por sobre todo, aniquiló una nación como Libia provocando en consecuencia la tragedia humanitaria de este siglo expresada en las masivas migraciones que día a día naufragan en el Mediterráneo. Libia siempre fue un estado tapón del África. Muamar al Gadafi advirtió que si lo derrocaban Libia dejaría de ser contenedor de sus hermanos africanos para ser el muelle por donde se irían a Europa los pueblos que huyen del hambre y de las guerras y de los misiles norteamericanos. Es lo que está pasando. La candidata que perdió, además, convalidó los ataques económicos y parlamentarios a Venezuela, a Bolivia, a Ecuador, y diseñó los golpes que destituyeron gobiernos populares en la región. No nos engañemos más con el discurso falsamente “progre”.

4.- Todas las bolsas del mundo cayeron ni bien se supo que ganaba Trump, todas, menos la de Rusia. Algo nos dice este dato del nuevo mapa mundial que se abre de ahora en más.

5.- Anotemos y observemos quiénes se lamentan aquí de la derrota demócrata: Macri, Malcorra, TN y Clarín, La Nación, los pro-buitres de la Bolsa.

6.- Trump ya se pronunció contra todo intento de reeditar el ALCA, tipo el Acuerdo Transpacífico (PPP), y contra el NAFTA (acuerdo de libre comercio de EE.UU. con Canadá y México) y contra el mega gasto económico militar que hacen para mantener a la OTAN. Que cada uno se pague lo que consuma, dijo Trump. Por eso las caras largas contra él en toda Europa. Trump acepta que son tres potencias las que se reparten la geopolítica mundial en este siglo: EE.UU., Rusia y la China emergente. De allí los enojos de unos y las caras alegres de otros. O sea: Trump acepta que el mundo es multipolar y que al aceptarlo podrá direccionar el gasto público fronteras adentro de los EE.UU. y no tanto en las trincheras externas. Él no es un pacifista. Es un millonario pragmático que leyó mejor que nadie la realidad del mundo y de su propia sociedad. Como dice irónica y sagazmente un amigo: por fin los yanquis tienen a un presidente que se parece a su pueblo.

7.- En este contexto, Argentina y América Latina deberán reagrupar fuerzas y volver a disputar el sentido común perdido con el neoliberalismo que hoy llora la derrota de Clinton. No esperemos nada de nadie. No festejemos el triunfo de ninguna potencia. Nosotros cuando fuimos libres fue porque nos valimos de nuestras propias fuerzas y con nuestro propio espíritu libertario. No dependamos de nadie. Más que de nosotros mismos.

8. Ahora sí entrémosle a la cantinela impuesta por los medios a escala global: Trump es xenófobo, sexista, racista, insensible, etc., etc. Y sí. Toda discriminación merece nuestro más absoluto repudio y rechazo. Condenemos este rasgo autoritario. Para eso damos la batalla cultural día a día de la manera que cada uno puede. Pero de lo que se trata es de comprender que la política es causa y consecuencia de las relaciones de fuerzas y de poder que vayamos construyendo. La inteligencia política entonces es aprovechar el resquebrajamiento del poder unipolar para construir mayores espacios de autonomía y para construir más y más derechos sociales.

9.- Macri no es Trump. El nuestro es un millonario a costa del Estado pero que ahora reniega del Estado para no tener que hacer grande y feliz a su pueblo, sólo a su propio bolsillo. El otro es un millonario que se vale del Estado para fortalecer a su nación a costa de dejar a la intemperie a todo aquel que no sea un NIC como se aprecia ser él. No caigamos en la trampa que nos tiende el poder financiero mediático vendiéndonos que ahora viene la catástrofe para América Latina. Nunca se preocuparon de nosotros más que para expoliar nuestras riquezas. Dejemos que sigan sin preocuparse de nosotros y hagamos lo que tengamos que hacer como libres que somos.

10.- A la izquierda nuestra, la pared: tenemos más que suficiente autoridad política y moral para condenar todas las conductas racistas y xenófobas verbalizadas por el presidente electo de la potencia imperial del norte. Los que votaron a Macri tendrían que tener el pudor de no mostrarse tan verborrágicamente anti Trump mientras aquí votaron como votaron. Somos pocos y nos conocemos muchos. Pero mucho más condenamos la violencia imperial que arma el ISIS, que bombardea a escuelas y hospitales de niños en Siria y a los países de aquella tan sufrida y milenaria región en nombre del “mundo libre”. El mundo cruje por abajo y por arriba. El futuro es impredecible y nos obliga a ser creativos. Como enseñan los pueblos originarios: No sigamos las huellas de los antiguos, busquemos la última huella que ellos dejaron y el lugar que ellos buscaban al momento de partir. Y sigamos caminando hacia delante, haciendo nuestras propias huellas.

Volveremos y seremos mejores, ya lo verás mi amor.








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Un mundo para Donald Trump

El mundo mira con profunda desconfianza al nuevo presidente de los Estados Unidos, como nunca antes miró a otro, y sobran razones para eso. Donald Trump podría ser considerado una especie de ovni, que está a menos de dos meses de aterrizar en el corazón del mundo, y nadie tiene la menor idea sobre que va a salir de esa nave.

Sin duda su victoria sobre Hillary Clinton, ha asombrado a las enormes mayorías que siguieron el proceso electoral de los Estados Unidos, que en muchos tramos tuvo entidad de culebrón mexicano, y que anoche terminó convirtiéndose en un verdadero “cisne negro” que acaba de desplegar sus alas con todo esplendor.

Las razones de porque ganó Trump, más allá de que supo llevar al barro a Clinton y sabemos cómo se manejan los empresarios en la mugre, se engloban en una sola respuesta: los trágicos ocho años de gobierno del Barack Obama, que, más allá de la crisis económica y cualquier tipo de objeciones, termina su mandato dejando al mundo al borde de la tercera guerra mundial, aunque para muchos, incluyendo al Papa Francisco, esa guerra ya ha empezado hace más de un año.

No conforme con esto, Obama alentó como sucesor a quien ha hecho lo indecible por generar este estado de cosas. Los cinco años de Hilary Clinton, al mando del Departamento de Estado, son la razón fundamental de que hoy ya nadie se sienta seguro en ningún lugar del mundo, sino que lo digan los cuatro parroquianos muertos en el bistró Le Petit Cambodge durante la trágica jornada del 14 de noviembre del año pasado en Paris, donde un raid terrorista terminó con la vida de 140 personas y, por mucho tiempo más, con aquello de que París era una fiesta.

Las aberrantes políticas del tándem Obama-Clinton son la causa fundamental del resurgimiento de la ultra derecha en toda Europa, como única respuesta a los millones de refugiados que, con los bombardeos “quirúrgicos” del Pentágono, lanzaron a las playas y caminos europeos, sin contar los miles que quedaron en el fondo del Mediterráneo. Esta “invasión” de víctimas de las políticas guerreristas de Obama, llevadas a cabo por Clinton, como un efecto dominó, no solo provocó el Brexit, sino que puso a la Unión Europea al borde de la disolución.

Las políticas que también la Unión Europea fomentó con el apoyo de Washington, son la razón de la guerra en Ucrania, lo que obligó a Moscú a intervenir, en defensa propia. En Ucrania la OTAN, pretendía terminar de enhebrar en toda la frontera occidental rusa, un peligroso cerco, que desde ya el presidente ruso Vladimir Putin no iba a tolerar. La torpeza del Departamento de Estado, ya en manos de John Kerry, que poco y nada pudo hacer para enderezar la nave definitivamente escorada por Clinton, terminó por darle visibilidad mundial al presidente Putin, quien se ha convertido en un líder global que Rusia no tenía desde los tiempos de Stalin, y a una China, a quien prácticamente obligaron a salir de su milenario mutismo.

Donald Trump, el 45 presidente de los Estados Unidos, tiene todo un mundo por resolver si pretende que lo sentenciado por Francisco no se convierta en una aseveración absoluta.


La bronca blanca

Nunca antes en la historia moderna nadie tuvo tanto poder político sin una carrera que lo respaldara. Trump, es un perfecto arribista que solo pudo acceder a su postulación como el candidato del partido Republicano, porque supo, y muy bien, transitar por las vísceras carcomidas de un sistema tomado por la corrupción, tal cual sucede con el partido Demócrata, que solo se animó a jugar con una candidata del establishment desgastada, ya no solo por su actuación en el Departamento de Estado, sino también por ser parte de esa “clase” política que los blue collar, es decir los obreros, particularmente blancos, se cansaron de sostener asó como al sistema que los llevó a la desocupación, a los bajos sueldos, disparándose, además, en esos sectores las tasas de alcoholismo, drogadicción y suicidio, como nunca antes.

Trump les habló a las clases bajas blancas que se han sentido traicionadas por el sistema, y supo direccionar su bronca, su bronca blanca, como los líderes europeos, que nada han podido hacer para que esos mismos sectores no deriven en una bronca parda y eso ha sido también un elemento clave de su triunfo.

Es paradójico que muchos sectores progresistas, siempre en busca de un padre, esta misma mañana hayan librado un cheque en blanco a quien hasta hace pocas semanas catalogaban de nazi y hoy prácticamente lo ven como a un Fidel Castro bajando de Sierra Maestra.

Develaremos quien es el verdadero Trump luego de que llegue a la Casa Blanca, ya que en Irak y Siria se están librando dos batallas claves contra el Estado Islámico, que no le dará tiempo para ninguna luna de miel. Turquía, aliado fundamental en la región de Washington desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se ha desbocado en estos últimos meses y las andadas de su presidente, Recep Erdogan, tampoco permiten dilaciones al momento de ponerlo en caja. A ello se suma, el desorden generalizado de Libia y la crisis en Afganistán, donde el talibán, ya casi desbordando al gobierno títere de Kabul, están a punto de volver a incendiar Asia Central.

Será clave la política exterior que lleve Trump, para entender si en Estados Unidos hubo un cambio real u otra vez el establishment hizo una de las suyas, si bien su grandes propuestas fueron hacia el interior de los Estados Unidos, antes de encerrarse tras su fronteras, levantar muros y demás, tendrá que ordenar por lo menos en parte lo que su antecesor le ha dejado.








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¿Fin del fenómeno Trum?

(Septiembre 2016)

Según las encuestas, y aunque faltan dos meses para las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre en Estados Unidos, las cosas parecerían estar ya claras en lo que concierne al resultado: la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, resultaría electa y se convertiría así –venciendo además toda una serie de prejuicios machistas–, en la primera mujer que gobernaría los destinos de la principal potencia mundial de nuestro tiempo.

La pregunta es: ¿qué ha ocurrido con el candidato del Partido Republicano, el tan “irresistible” y mediático Donald Trump? ¿Por qué, de pronto, el magnate se desploma en las encuestas? (1). Siete de cada diez estadounidenses no se sentirían “orgullosos” de tenerlo como presidente, y solo el 43% lo juzgaría “cualificado” para sentarse en el Despacho Oval (mientras que el 65% sí juzga, en cambio, que la Sra. Clinton está cualificada) (2).

Conviene recordar que, en Estados Unidos, las elecciones presidenciales no son nacionales, ni directas. Se trata más bien de cincuenta elecciones locales, una por estado, que determinan un número preestablecido de 538 grandes electores quienes, en realidad, son los que eligen al (o a la) jefe de Estado. Por lo cual, las encuestas de ámbito nacional tienen apenas un valor indicativo y relativo (3).

Ante sondeos tan negativos, el candidato republicano remodeló su equipo a mediados de agosto y nombró a un nuevo jefe de campaña, Steve Bannon, director del ultraconservador Breitbart News Network. También empezó a modificar su discurso en dirección a dos grupos de electores decisivos, los afroamericanos y los hispanos.

¿Conseguirá Trump invertir la tendencia y lograr imponerse en la recta final de la campaña? No se puede descartar. Porque este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ha desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la carrera por la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencia, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la ascensión de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo “políticamente correcto”, que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la “palabra libre” de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.

A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la “rebelión de las bases”. Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un “conservador con sentido común” y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerrealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado dirigiendo. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la “casta”. Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios de comunicación han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o “ubuescas”. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores”. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en Juego de Tronos, de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21.000 millones de dólares sería financiado por el Gobierno de México. En ese mismo orden de ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes... Y atacó con vehemencia a los padres de un oficial estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.

También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es “la base de una sociedad libre”, y su crítica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa”, impulsadas por los conservadores en varios estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño” del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad”.

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios de comunicación dominantes no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se plantea es: ¿cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadra.

Para responder a esa pregunta ha habido que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir qué otros puntos fundamentales defiende, silenciados por los grandes medios. Éstos no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: “No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación” (4). En un tweet reciente, por ejemplo, escribió: “Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%”.

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros: The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito...

Otra razón por la que los grandes medios de comunicación atacan a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien remunerados desaparecieron. Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. “Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país”, suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del brexit, Donald Trump ha desvelado que, si llega a ser presidente, tratará de sacar a EEUU del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: “El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”.

En regiones como el rust belt, el “cinturón de óxido” del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras han dejado altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo. Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro sanitario) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Trump ha prometido no tocar estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los “sin techo”, reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización del Estado Islámico (OEI o ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú. También, contrariamente a muchos líderes de su partido, ha declarado aprobar el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables y odiosas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios de comunicación dominantes. Pero sí explican mejor el porqué de su éxito en amplios sectores del electorado estadounidense.





(1) A finales de agosto, Hillary Clinton le llevaba a Donald Trump, a nivel nacional, una ventaja de 6,8 puntos, según la media de sondeos que elabora la web RealClearPolitics.

(2) Varios estudios revelan también que el tándem demócrata Hillary Clinton-Tim Kaine derrotaría, por el momento, al “ticket” republicano Donald Trump-Mike Pence en algunos segmentos sociológicos determinantes: las mujeres (el 51% frente al 35%), los afroamericanos (el 91% frente al 1%), las minorías étnicas (el 69% frente al 17%), los jóvenes (el 46% frente al 34%), los electores con título universitario (el 47% frente al 40%) y los hombres (el 43% frente al 42%). Donald Trump sólo vencería entre los electores blancos (el 45% frente al 40%), los mayores de sesenta años (el 46% frente al 43%) y los electores blancos sin titulación (el 49% frente al 39%).

(3) Aún considerando esto, según otros sondeos, la candidata demócrata también derrotaría a Trump en varios estados clave como Florida, Pensilvania o Virginia, que son decisivos. Porque, sabiendo que California (55 grandes electores) y Nueva York (29) votan siempre a favor de los demócratas, a Hillary Clinton le bastaría con vencer, efectivamente, en Florida (29), Pensilvania (20) y Virginia (13) para acercarse holgadamente a la cifra mágica de 270 grandes electores que garantiza la elección.

(4) En su mitin del 13 de agosto, en Fairfield (Connecticut).






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