La Argentina es un país de dicotomías, lo dice la historia: unitarios vs. federales, colorados vs. azules, Braden vs. Perón, y en estos días, Rural vs. Tecnópolis, las dos ferias que exponen distintos modelos de nación.
Mientras la clásica exposición de Palermo remite a un pasado de exportación de materias primas, hacienda y granos, ahora revitalizado por el agro pero sin grandes avances en su desarrollo, la megamuestra de Villa Martelli representa un futuro basado en la generación de conocimiento aplicado al desarrollo industrial y tecnológico que, anunciado desde hace algunos años, no termina de despegar. Hay entusiastas y detractores en ambos bandos, pero a esta altura del devenir es válido preguntarse si estos dos modelos son realmente antagónicos, o si en realidad conforman un tándem que, en amable convivencia, podría llevar a la Argentina a ocupar un merecido lugar en el contexto internacional.
Postales de ambos mundos son los testimonios de los visitantes. “Me encanta trabajar en el campo, limpiar las cabañas. Pero sé que nunca voy a poder tener un campo mío porque cobro dos mil pesos. Ni siquiera sueño con esa idea, mis viejos eran y son peones y yo también lo soy”, acepta con cierta resignación Gustavo, de 29 años, empleado de la Cabaña La Mojarrita, de Gualeguaychú, Entre Ríos. Y agrega: “Por eso quiero que mis hijos, de 2 y 8 años, estudien, progresen y se vayan a la ciudad. Que puedan cumplir el sueño que yo no pude, sólo terminé la primaria”. Para Ezequiel, de 15 años, que deambula entre los pabellones del predio de Palermo, todavía es tiempo de soñar: vive en Punta Indio y ayuda a su papá con el trabajo en el campo Don Antonio, de 300 hectáreas. “Lo que más me gusta es ocuparme del agua de los molinos –cuenta–. Mi sueño es tener un campo que sea mío.”
Apenas unos años menos, once, tiene Santiago, que llegó a Tecnópolis desde Ituzaingó junto a su madre, Mercedes. “Me encantan los paneles que producen energía. De grande me gustaría trabajar con algo de ciencia, construyendo cosas”, dice entusiasmado. Para Mercedes, la muestra “es el futuro. Nosotros venimos de otra cultura, donde apenas teníamos una radio, entonces dejábamos volar la imaginación. Es fantástico que los chicos puedan ver todo lo que imaginan y registrar que hay carreras en la ciencia donde no hay clases sociales, todo depende de la dedicación y de las inquietudes de cada uno”. Claro que, como dice Javier Guerra, quien acaba de llegar desde Gualeguaychú, Entre Ríos, “acá vemos avances de los que allá no nos enteramos; deberían llegar a la provincia porque no todos pueden venir a Buenos Aires y el futuro, que antes quedaba muy lejos, está cada vez más cerca”.
¿Dos modelos en disputa?
El historiador económico Mario Rapoport reflexiona: “El campo tiene un pasado relacionado con la renta de la tierra, que hoy vuelve a ser diferencial. Más que por las inversiones, se beneficia por las ventajas naturales. El problema es estructural y aquí no hubo interés por invertir en otros sectores, como sí sucedió con los cafeteros paulistas en Brasil, que se metieron en la industria. Nuestro país se formó alrededor de abogados y contadores, que servían a un modelo agroexportador, mientras que se despreciaba a la ciencia por considerarla pertenencia de los ‘poderosos’. Es difícil cambiar esa mentalidad, la única manera es que el Estado intervenga para ayudar a direccionar las inversiones. Hay que complementar, porque un país agropecuario no se sostiene, ningún país rico es agroexportador”.
Tiene razón Rapoport en cuanto a la renta diferencial: el sector “campo” gana hoy más que nunca –el valor de la cosecha, 40.800 millones de dólares, es el más alto de la historia según un estudio del Instituto Argentino de Análisis Fiscal, lo que garantiza que las ganancias de los productores serán las más importantes de los últimos diez años–, pero en gran parte gracias a la ciencia y la tecnología: las semillas de soja que se usan en el país son transgénicas, por mencionar sólo un ejemplo. Sin embargo, algunos dirigentes se resisten a admitir la necesidad, y los beneficios, de la convivencia. Y con la ayuda de algunos medios de comunicación asociados en el interés, apelan a la tradición para mantener la inequidad del sistema, ilustrada por Lucas, de 23 años, empleado rural en la localidad bonaerense de Junín: “Trabajo ocho horas y gano 2.500 pesos, mientras que los dueños del campo se llenan de guita. El reparto debería ser, por ley, más equitativo”.
En cuanto a la falta de interés del sector por invertir en otras áreas, basta con mirar la historia de Hugo Biolcati para comprender que también acierta Rapoport en ese diagnóstico. En los ’80, el presidente de la Sociedad Rural Argentina vendió a Mastellone (La Serenísima) la compañía quesera Magnasco, que había fundado su tío abuelo y era considerada “la familia real de los quesos”. La explicación está en las palabras que pronunció en 2009: “El campo permanece más allá de las crisis y a una industria una crisis puede voltearla. Una empresa puede valer cierta cantidad de dinero un día, y al otro no cotizar nada. En el campo habrá oscilaciones de valor, pero el bien permanece”. Descendiente de inmigrantes genoveses, propietario de La Dorita, en Carlos Casares –entre todos sus campos acumula 11.000 hectáreas valuadas en más de 70 millones de dólares–, Biolcati reconoce que invertir en otras áreas, como tambo y producción lechera que obligan a mayor tecnología, podría significar perder los privilegios de los que goza hoy por su calidad de estanciero.
Cuenta con cierto apoyo de la gente que visita La Rural y que cede a la idea de que la Nación es el campo: la abuela de Nina, de ocho años –ambas de Chubut–, está enojada con 6, 7, 8 porque “repitieron hasta el cansancio para qué íbamos a llevar a los chicos a ver vacas. Nosotros queremos mostrarles el campo, lo que hace crecer al país. No vamos a ir a Tecnópolis porque para ver tecnología tienen Internet”. Un poco más allá está Doris, de 72 años, con sus tres nietos y una visión diferente: “Cada año la feria me sorprende, esta atrajo a los chicos con las maquinarias. Pero también tengo pensado llevarlos a Tecnópolis para que vean los avances en ciencia. Habla muy bien del país que convivan las dos ferias, son dos realidades que conviven”.
Una, la de La Rural, parece estancada en el tiempo y continúa apostando a un país de riquezas concentradas en pocas manos, menos inclusivo. Otra, la de Tecnópolis, representa el abandono de las políticas cortoplacistas que dominaron hasta ahora la escena nacional, una apuesta al desarrollo, la industrialización, el crecimiento tecnológico, que ofrece más oportunidades colectivas y promueve la inclusión. Un proyecto a largo plazo que ya da algunas señales.
Research in Motion, fabricante de BlackBerry, invertirá 23 millones de dólares para producir en Tierra del Fuego desde el 1º de octubre próximo; generará 300 puestos de trabajo y sustitución de importaciones por 200 millones de dólares. En la misma provincia, Hewlett Packard ensamblará sus notebooks en asociación con la argentina Newsan. Invertirá doce millones de dólares, empleará unas 250 personas y para fines de 2012, la producción sustituirá 71 millones de dólares de importaciones.
Claro que son apenas señales y aún quedan cosas por hacer. Lo señalan, justamente, dos integrantes del campo de la ciencia. “A nadie se le escapó que hubo cierto apuro por inaugurar Tecnópolis el mismo día que La Rural, con un mensaje detrás: el lugar de la Argentina en el mundo. Más allá de todos los aciertos del Gobierno, hay un viento de cola producto de las ventajas comparativas de la soja. Hay que aprovechar la acumulación para invertir en lo que dará riqueza al país. Tecnópolis es una apuesta y tiene que formalizarse con cosas reales”, opina Marcelo Rubinstein, investigador del Conicet que dirige un laboratorio en el Instituto de Genética y Biología Molecular.
Su colega, Omar Coso –también investigador del Conicet y director adjunto del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias, reforzó la idea al señalar que “durante los siglos XIX, XX, XXI y por varios más, comeremos carne y granos. Estaría bueno que quedaran en el pasado las políticas de explotación, no el campo. Tecnópolis es la evolución constante. Es bueno que se hagan las dos muestras, quizás haya intereses políticos antagónicos detrás, pero lo ideal sería que La Rural se llenara de conocimiento científico y tecnológico. Por otro lado, en investigación estamos mejor que hace unos años, pero el Estado debería invertir en equipos, edificios y sueldos para científicos”.
La edición 125 de la Rural vuelve a hacer eje en vaquillonas y toros (Junior se coronó campeón por tercer año consecutivo, el mismo toro sólo que más grande), mientras que Tecnópolis muestra, por ejemplo, el acelerador de partículas –también llamado “la máquina de Dios”– que se construye en Francia con participación de científicos argentinos y que, según el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, es “la estructura más compleja que ha hecho la humanidad hasta ahora”.
Barañao considera que la apertura de las ferias al mismo tiempo “permite comparar distintos sistemas productivos. El de La Rural tiene un componente tecnológico: maquinaria agrícola y genética en animales producidos por cruzamientos. Pero ese concepto de genética tradicional es obsoleto, no tiene lógica que un animal sea valorado por la opinión de dos o tres jueces que miran sus parámetros fenotípicos, altura, contextura, etc. Importan los genes, saber cuáles son, dónde están y para qué sirven. Una vaca, por más cara que sea, produce leche que se vende a cuatro pesos el litro. Una vaca transgénica, es decir clonada y con genes incorporados, como las que se exponen en Tecnópolis, produce leche con medicamentos que se puede vender a varios miles de dólares el litro. La diferencia que aporta el conocimiento en este caso es muy evidente. En un caso, se ve el límite de la genética tradicional para producir mejoras y en otro lo que ya se está haciendo en el país en materia de biotecnología animal. En un caso, esa vaca tiene un dueño, una cabaña, un estanciero o un señor que la tiene por hobby. En el otro, las vacas transgénicas pertenecen a una empresa nacional donde trabajaron decenas de profesionales con múltiples saberes, y a raíz de esas vacas se creó una veintena de puestos de trabajos de alta calidad. Son ejemplos concretos de cómo se genera valor en el país y quién detenta los beneficios de ese valor agregado”.
Diferencias entre los modelos que de ninguna manera, en opinión del ministro, son contrapuestos: “La Argentina tiene una ventaja competitiva en la producción agropecuaria tradicional y debemos mantenerla, pero también debemos incorporar tecnología en otras áreas. Que el denominado campo sea menos inclusivo no es producto de la maldad intrínseca de un sector de la sociedad; tenemos una gran presión para producir alimentos en forma eficiente y necesariamente tenemos que avanzar hacia ese modelo, que requiere menos gente en el campo. Mi padre usaba el arado de mancera, con un caballo, y no era algo que recordara con cariño. Después fue empleado público, una evolución para su situación. Hoy tenemos tractores con música funcional, aire acondicionado y guiados por GPS. Pero se necesita una persona, no cien. Hubo una evolución, es inevitable. El tema es cómo compensamos ese cambio, cómo generamos trabajo en esas mismas localidades para que la gente no emigre. Lo que estamos encarando es un trabajo con los intendentes para armar desarrollos tecnológicos que permitan formarse a los jóvenes en algo que van a aplicar en su lugar de origen. Seguramente no será hacer soja o maíz, sino plantas de alto valor agregado. Hay que usar la imaginación y armar cadenas productivas sobre la base de otros cultivos. El INTA, el INTI, dicen cómo cultivar la planta, pero para aprovechar ese conocimiento hay que armar miniemprendimientos en red, empresas que centralicen, le den economía de escala y exporten para que ese productor tenga un ingreso adecuado. Creo que hay un enorme potencial en la Argentina para este tipo de desarrollo, y el objetivo de promover inclusión social sobre esta nueva base es una primera prioridad indiscutible para nosotros”.
El supuesto cerco divisor entre dos Argentinas, tendido por intereses mezquinos, se cae como un castillo de naipes cuando se rasca la superficie y se mira un poco más en profundidad. Hay vasos comunicantes entre un modelo y otro, impulsados por dirigentes, científicos y una gran parte de la sociedad, cansada de las dicotomías.
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Entrevista
“Es una muestra palpable del modelo”
Lino Barañao, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva
Dicen las malas lenguas que cuando la vaca clonada que se exhibe en Tecnópolis –cuyo nombre se decidirá por votación de los niños– vio al ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, le dijo: “Hola abuelo, ¿qué me trajiste?”. El animalito es hijo de Pampa, la primera vaca clonada en la Argentina (en 2002) por un equipo de científicos liderados por Barañao. Nadie mejor que él, entonces, para hablar de la muestra tecnológica.
–Es única en América, ¿por qué es necesaria?
–Por varias razones, la más elemental es la responsabilidad del Estado de publicitar los actos de gobierno, mostrar en qué se invirtieron los fondos destinados a ciencia y tecnología. Por eso es importante que sea gratuita: sería contradictorio que el contribuyente pague para ver en qué se gastó su contribución. En segundo lugar, para brindarle esparcimiento. En tercer lugar es una muestra educativa. Y en cuarto lugar, estamos mostrando un futuro posible para el país, que tiene unanimidad en su aceptación. La Argentina es un país donde se producen bienes y servicios de alto valor agregado, donde el valor de una vaca está dado no por una genética que vino del exterior sino por los genes que se le introdujeron, con trabajo nacional, para producir leche mucho más valiosa, también en precio, que la que producen las vacas de la Rural. No sólo se ve cómo la ciencia y la tecnología están presentes en nuestra vida cotidiana, sino cómo contribuyen a crear nuevas maneras de incluir socialmente a quienes no tuvieron hasta ahora otras posibilidades. En definitiva, es una muestra palpable del modelo, que puede parecer un significante vacío en los discursos pero no lo es.
–¿Cuál es la participación del ministerio en Tecnópolis?
–Participamos en la organización junto con otros ministerios. Además, tenemos un stand específico y estamos presentes en catorce exhibiciones en distintas áreas. Tenemos paleontología, la llamada “máquina de Dios” o acelerador de partículas, robots e informática, maquinaria agrícola. Nosotros financiamos al sector privado y público, así que mucho de lo que se muestra es de empresas que financiamos. La diversidad de temas es grande.
–¿La Argentina dio un salto cualitativo en ciencia y tecnología?
–Sí, y obedece a la orientación que le estamos dando a la ciencia: no sólo aumentamos el presupuesto sino que introdujimos instrumentos de financiamiento específicamente orientados al acoplamiento entre generación de conocimientos y productividad de empresas. Pasamos de un sistema que financiaba la demanda de los investigadores a un sistema de licitación de solución de problemas sociales. Ambos van a coexistir, de modo complementario.
–¿Qué falta para que el país tenga un lugar destacado a nivel internacional?
–La internacionalización de empresas; alinear los sistemas de financiamiento para que una nueva empresa tecnológica pueda tener filiales en Brasil o Europa, con crédito del Estado.
–¿Por qué no podemos hacerlo?
–Hay que cambiar normativas del sistema financiero. Los bancos nacionales no están habilitados para financiar en el exterior. Hasta ahora no aparecía como una necesidad porque no había un crecimiento importante de la industria tecnológica. En la medida en que haya más empresas y necesidad de internacionalización, se adecuará la normativa.
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Opinión
Consolidar el futuro de los argentinos
Por Débora Giorgi, Ministra de Industria de la Nación
Tecnópolis es un símbolo del modelo de país que se puso en marcha en 2003 y que permitió dar el salto cuantitativo y cualitativo para comenzar a transitar un crecimiento sostenido; un modelo donde el desarrollo tecnológico es uno de sus ejes principales.
La innovación tecnológica aplicada a la industria le agrega valor a nuestros productos, mejora la competitividad de las empresas y genera trabajo de calidad. Y esta muestra es el fiel reflejo del resurgimiento de la ciencia, la tecnología, la industria y la inversión productiva: cada stand es una invitación a pensar el futuro y a conocer el pasado, porque aquí se exhibe la historia de los 200 años de producción e innovación tecnológica.
Hoy podemos mostrar con orgullo un país industrializado en el que, por ejemplo, se consolidó a Tierra del Fuego como un polo de producción electrónica; un sector automotriz que produce modelos para el mundo; una industria del software que entre 2003 y 2010 triplicó su facturación y cuadruplicó sus exportaciones; un país que tiene la mayor cantidad de empresas de biotecnología por habitante; un país que desarrolló un paquete tecnológico de siembra directa que está a la vanguardia internacional. Tecnópolis sólo es posible con un Estado que toma a la innovación y a la tecnología como pilares de su desarrollo; es una muestra de este presente que construimos entre todos y una convocatoria a profundizar este proceso de transformación que traerá beneficios para todos los argentinos.
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Opìnión
Agro ecológico
Por Jorge Rulli, Cofundador del Grupo Reflexión Rural
Muchos pueden pensar a lo rural y lo productivo como una disputa de poder, como si fueran Coca Cola o Pepsi. Desde mi punto de vista, considero que habría que cambiar el modelo productivo. Hoy el campo se caracteriza o pretende usar tecnologías de punta y extraer el mayor fruto de la tierra hipotecando el futuro de los argentinos. Pero el sistema debería tender a los mercados locales y cercanos, con una producción de alimentos más sana y fresca. Dejar de pensar en un agronegocio cada vez más concentrado y descentralizar los mercados.
Obviamente, en todo este proceso resulta fundamental empezar a ponerle un límite al modelo de la soja. Acotar el modelo de sojización y pensar una recuperación del campo a largo plazo, apostando a una política gradual que permita pensar el desarrollo de una industria semillera propia –no transgénica– y avanzar en la instalación de un sector agrícola más diverso.
Para ello, el mayor desafío es formar una clase de pequeños productores ecológicos, que adopten y trabajen en base a esa ética. Los campesinos que se oponen al modelo no son agricultores sino destructores de un ecosistema que deberíamos cuidar entre todos y que, incluso, nos lleva a fomentar una alimentación chatarra, dañina para la salud. La clave del futuro estará en apoyar a los pequeños productores y a los mercados locales.
(Testimonio recogido telefónicamente)
Informe:
Deborah Maniowicz
Deborah Maniowicz
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