Dos lecturas en espejo dificultan la comprensión política. En la primera, una martingala matemática permite ocultar el resultado de las PASO. Funciona así: como el número de votos obtenidos por el oficialismo no resulta inferior a las elecciones del 2009, el gobierno obtuvo una suerte de victoria relativa. Los partidos de la oposición, desde esta curiosa aproximación, no mejoraron demasiado su postura, y como ese abanico sigue disperso, el cristinismo prosigue su marcha triunfal.
Desde el 2003 sólo se registran victorias y accidentes, y los accidentes abren el paso a futuras victorias. Obvian un pequeño detalle, la elección posterior a la batalla campera del 2008 no podía sino reflejar en las urnas una derrota política, de tal modo que toda comparación con esos guarismos –los peores de toda la década– no pueden sino arrojar una situación mejor. Mejor que cuando luchaban por seguir en Balcarce 50; pero si ese fuera el término "científico", si esa fuera la única comparación posible por tratarse de elecciones de medio tiempo, sería preciso explicar los motivos de semejante retroceso sin que mediara batalla decisiva. Dicho de otro modo, si los números de la comparación no fueran sensiblemente distintos, y no lo son, la comparación contiene el diagnóstico.
El gobierno ha perdido la hegemonía política.
Considerar como algún senador que esto casi no sucedió, y tratar a las PASO como si se tratara de una encuesta a escala uno a uno, impide entender qué pasó y sobre todo impide prepararse para lo que va a pasar en octubre. Nadie cree que los números finales sean demasiado distintos, y por tanto sostener contra viento y marea el sonsonete de la victoria, no puede sino producir un efecto desmoralizante en la militancia K. Entonces, o el oficialismo se hace cargo de la nueva situación, o el cachetazo de agosto se transformará en depresión de octubre.
Desde la otra vereda actúan con idéntica liviandad partisana. Comparan el resultado obtenido con los comicios presidenciales del 2011; por tanto el oficialismo, su caudal electoral, perdió más del 40% de su soporte social. Claro que esa enorme cantidad no sólo no fue a parar a fuerza alguna, sino que el candidato que obtuvo el segundo puesto en las presidenciales –Hermes Binner– apenas si redujo la distancia relativa con el gobierno. Dicho con sencillez, el desinfle del electorado K no supuso el engorde de ningún opositor previamente existente.
Aun así, con ramplona sencillez casi todos actúan como si lo único que faltara para el 2015 se resolviera con un simple armado de listas. Desde esa lógica de puntero repiten el "análisis" que Mariano Grondona hiciera para el 2011. Y conviene recordar que no funcionó, y por eso Cristina Fernández sigue sentada en la poltrona de Rivadavia. De modo que no se trata de organizar una comandita electoral, donde cada aportante reciba según su participación en las PASO, sino de entender que la política no desbordó las fronteras de la ancha calle del peronismo electoral.
Ambas visiones, a mi ver, son tributarias del inmediatismo, de un aplanamiento voluntario de los motivos de la ciudadanía. Y ambas dejan un asuntillo sin considerar: ¿Qué significan las PASO? ¿Cómo leerlas más sensatamente? Mi hipótesis de trabajo: estamos ante un mapa de los sentimientos profundos de la sociedad argentina. Antes que nada conviene entender que las PASO, al decidir solamente alineamientos internos, y en la mayoría de los casos ni siquiera eso, permiten una extraña pureza. Nadie está obligado a votar con eficacia, consideración que no escapa a casi nadie, por tanto desnudan una situación casi ideal: qué se siente en lo profundo, qué haría cada uno si el único motivo fuera el sentimiento.
Hilda Duhalde tiene notables virtudes pedagógicas. Al sostener que la presidenta gobierna con el lóbulo malo, verbalizó un sentimiento arcaico y tenaz: la brutal misoginia nacional. Si se leen con algún cuidado las encuestas electorales previas se detectan algunos datos relevantes. A saber, la valoración positiva del gobierno superaba en varios puntos la de Cristina Fernández, y ambas cifras eran muy superiores al número de votantes que finalmente obtuvo el Frente para la Victoria. Una aproximación elemental permite sostener entonces que si el gobierno hiciera exactamente lo mismo que viene haciendo, pero fuera encabezado por un varón, el resultado electoral sería bien distinto.
Basta observar las pantallas de los noticieros televisivos, de aire y cable, para constatar que el número de víctimas de femicidios crece. Y que la furia que "la yegua" produce es tan intensa, que los brutales decires de la mujer de Eduardo Duhalde sólo merecieron declamaciones tibias de tirios y troyanos.
Una mujer que guste o disguste ha sido electa en dos oportunidades para el cargo de Presidenta, y cuyo nivel político está muy por encima de la media realmente existente, ha sido defendida fría y protocolarmente. Sin olvidar, que en muchos casos ni siquiera esa defensa se produjo. La ausencia de muchas dirigentes políticas opositoras, el silencio cómplice, no puede ni debe soslayarse. De modo que ese es el sentimiento más profundo del mapa: el odio a las mujeres; si su lugar en la sociedad mejora, el rango de furia incandescente crece al menos en idéntica proporción.
Sobre ese piso se instala un valor compartido de larga data. Ningún interés es superior al mío, entonces si tengo el dinero para comprar un bien y por alguna razón esta compra se dificulta, verbigracia el dólar, la responsabilidad es del gobierno de los ladrones. Es obvio que los políticos sólo responden a su propio interés, y es precisamente por eso que la política es una suerte de mal inevitable. Entonces, como la política no es más que la continuación de los negocios por otros medios, y mis negocios chocan con los de ellos, se trata de defenderlos y punto. Si algo quedó claro en las movilizaciones dinámicas sin dirección partidaria, en los cacerolazos, es que esa perspectiva hegemoniza su comportamiento. Con un dato adicional, ese punto de vista es muchísimo mas amplio, y recorre trasversalmente la política nacional. Desde el "deme dos" de la plata dulce durante la gestión de Martínez de Hoz, hasta vivir a 660 dólares de Miami que la Convertibilidad menemista naturalizó, ese punto de vista no ha cesado de crecer.
Poco importa que se explique la crisis internacional, y el modo en que actúa la aspiradora financiera de los bancos, si alguien dispone del dinero para adquirir dólares no acepta otra cosa que dólares; es decir, la capacidad colectiva para percibir lo que sucede tiene un elemento fuertemente alucinatorio, la verdad sólo importa si coincide con esa sensación, de lo contrario las más burdas tesis conspirativas ocupan su lugar.
La eficacia de semejante comportamiento depende de varios elementos. El primero y el más importante, la despolitización. Esto es, el razonamiento simplote de que los conflictos no son el resultado de intereses contrapuestos, sino de una maniobra de políticos que utilizan en su favor los "problemas de la gente". Desde esta lectura bastaría con "dialogar" para poner fin al diferendo, y si esto no sucede es porque no les conviene a los "políticos profesionales". Esta lectura ha sido fuertemente inducida desde los medios electrónicos, pero no sólo, y sobre todo por la forma que adopta la lucha política actual. Cuando la política no es otra cosa que un debate de intendentes, cuando la cuestión central pasa por satisfacer los pedidos del "vecino", cuando la estrategia se reduce a la gestión, la despolitización no puede no extenderse.
Entonces, si se miran las campañas de los partidos para las PASO, se comprende que matiz más, matiz menos, una sobresimplificación las recorre de punta a punta. Es que una política construida desde las encuestas está obligada a empobrecimiento perpetuo, a vaciamiento conceptual, a pragmatismo sin horizonte. En esas condiciones la retaguardia cacerolera se transforma en vanguardia mediática.
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