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Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.

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Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.

14/6/10

Los culpables del retroceso



La conmemoración del Bicentenario es una buena ocasión para revisar lo ocurrido en nuestra historia; en particular, sirve para aclarar equívocos o falsas interpretaciones; y, en todo caso, para enriquecer el análisis con información y puntos de vista divergentes.

Con este enfoque, parece pertinente considerar la vieja polémica planteada acerca de cuándo y bajo qué regímenes se produjo el retraso del desarrollo económico argentino. ¿La culpable fue la oligarquía terrateniente o la industrialización peronista o la hegemonía financiera? Las respuestas deben basarse en estudios racionales y no en los intereses o fobias de grupos o clases sociales; recordemos la certera definición de Horacio González, para quien el gorilismo consiste en negarse a pensar en nombre de un prejuicio.

Para analizar con seriedad el tema es indispensable referirse a los hechos, y mejor aún si se expresan en cifras. Por eso, nos referiremos a las sucesivas etapas: la agraria (1870-1950), la industrial (1951-1976), la de renta y financiera (1977-2002) y la de desarrollo con inclusión social (desde 2003); como categoría de análisis, se considerará el producto interno bruto por habitante en cada etapa.

¿Cuándo se produjo el quiebre que nos alejó del desarrollo? Las hipótesis más conocidas le cargan la responsabilidad del retardo a la oligarquía agraria, a la distribución del ingreso peronista o a la especulación del sector financiero en desmedro de la industria. Para dilucidar la cuestión, lo mejor es observar el crecimiento en cada etapa: las cifras sirven para comprobar o desechar hipótesis.

En el gráfico adjunto se observa con claridad la evolución del crecimiento económico argentino (medido por el PIB por habitante), en comparación con los de Estados Unidos, Reino Unido, España, Brasil y México. Los números muestran que no es cierto que el quiebre se haya producido durante la hegemonía agraria ni con la política de industrialización con redistribución del ingreso; fue cuando rigió el modelo de renta y financiero. Por supuesto, dentro de cada período hubo excepciones. Asimismo, surge con claridad el nuevo período comenzado en 2003, de fuerte recuperación del crecimiento.

El período 1870-1913 fue el de auge del modelo agroexportador, con un crecimiento anual promedio del PIB por habitante del 2,5%. Se incorporaron mano de obra, tierras y ferrocarriles; además, el modelo no sólo era exportador, sino que comenzó a desarrollar un mercado interno. Adolecía de una muy injusta distribución de la riqueza y el ingreso, que correspondían a la enorme concentración económica (en especial de la propiedad de la tierra). Después de la Primera Guerra Mundial se intensificaron las crisis y las turbulencias (en especial la de 1930), y entre 1913 y 1950 el crecimiento anual promedio del PIB por habitante fue de 0,7%.

A partir de mediados de los años 1930, aumentó la industrialización, que se consolidó después de 1945; entre 1951 y 1976 el crecimiento anual del PIB por habitante fue de 1,8%. Pero lo importante del período industrial no sólo era la tasa de crecimiento, sino su índole. No era cualquier crecimiento, sino uno basado en industrias complejas, que incorporaba a crecientes sectores populares a la economía moderna a través de empleo en el sector formal.

Desde 1976, se entró en el modelo de renta y financiero, sustentado en el endeudamiento creciente del Estado, la dependencia de Estados Unidos, la redistribución del ingreso adversa a los asalariados, la liberalización del sistema financiero, la apertura externa comercial y financiera, la sobrevaluación de la moneda nacional como política antiinflacionaria. Los resultados fueron catastróficos, pues se quebró a la industria (era más barato importar que producir), se perjudicó al agro y el modelo duró mientras hubo afluencia de capitales externos; cuando cesaron los préstamos, se derrumbó.

Después de la caída del régimen rentístico-financiero, las cifras de 2002 retrotrajeron al PIB por habitante a niveles inferiores a los de 1976. No es arbitrario tomar los datos de 2002, porque fue el año en que la crisis del modelo anterior tocó fondo y porque dos terceras partes de la contracción del PIB de ese año (-10,9%) corresponden al arrastre estadístico negativo del último año de la convertibilidad.

El quiebre se produjo, entonces, a partir de 1976, durante el modelo neoliberal, y culminó en 2001-2002. No sólo cayó el monto del PIB por habitante, sino que se degradó su composición y distribución. En el gráfico se observa cómo en ese período aumentó de modo sustancial el PIB por habitante de los otros países considerados, en especial de los desarrollados. Ahí nos quedamos muy atrás.

A partir de 2003, comenzó un nuevo proceso de expansión del PIB. Para que se evalúe su magnitud, y la diferencia entre el modelo neoliberal y el de desarrollo con inclusión social, es bueno recordar las cifras absolutas. En 2002, el PIB por habitante era 800 dólares inferior al de 1976: en ese lapso se redujo de 8.000 dólares a 7.200 dólares, con una tasa promedio de decrecimiento de -0,4% anual, en 26 años. En cambio, en 2009 superaba en 3.900 dólares al PIB de 2002: aumentó de 7.200 dólares a 11.100 dólares en 7 años; significó una tasa de crecimiento promedio anual de 6,4%, incluyendo el estancamiento de 2009, provocado por la crisis internacional (todos los dólares son internacionales, calculados por Maddison a precios de 1990). En 1976 había 26,5 millones de habitantes; en 2002, 37,5 millones; y en 2009, 40,1 millones.

Comparación con otros países. Con respecto a otros países latinoamericanos, en 1950 el PIB por habitante de Argentina triplicaba al de Brasil y duplicaba el de México. Esta diferencia se fue achicando y en 1976 era 1,8 veces el de Brasil y superaba 1,5 veces al de México. En 2002, era igual al de México y levemente superior al de Brasil. En 2009, la diferencia en favor de Argentina volvió a ser análoga a la de 1976. Pero no sólo mejoraron las tasas de crecimiento de la Argentina, sino la composición del PIB, cuyos motores son la industria y la construcción.

La segunda referencia es con respecto a los países desarrollados. En 1950 duplicábamos con exceso el PIB por habitante de España; el Reino Unido nos superaba en 40% y Estados Unidos casi nos duplicaba. En 1976, ya nos había alcanzado España y las proporciones con respecto al Reino Unido y Estados Unidos se mantenían en parecidos órdenes de magnitud que en 1950. En 2002, a grandes rasgos, el PIB de España nos duplicaba, el del Reino Unido nos triplicaba y el Estados Unidos cuadruplicaba. En 2009 esas distancias disminuyeron: España nos superaba en 60%, el Reino Unido nos duplicaba y Estados Unidos nos superaba 2,7 veces.

En síntesis surgen algunas conclusiones que se advierten con claridad en el gráfico.
En primer lugar, el quiebre del crecimiento argentino se produjo entre 1976 y 2002; no fue provocado por la hegemonía agraria ni por la industrial; el culpable fue el neoliberalismo del régimen de renta y financiero, que hizo retroceder al país cuando las demás naciones crecían a ritmos acelerados.

La segunda conclusión señala que el crecimiento que comenzó en 2003 es el más alto de la evolución histórica argentina. Si continuara, aunque fuera a tasas menores revertiríamos el proceso de decadencia sufrido entre 1976 y 2001 / 2002.

Por supuesto, éste es sólo un indicador de desarrollo. Tan importante como él son la inclusión social y la jerarquización del sistema productivo basado en actividades que incorporen mano de obra, tecnología y valor agregado. Se trata de procesos políticos, económicos y sociales que pueden potenciarse recíprocamente. Ojalá sea así.




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