Cuasi-análisis ortodoxos
La posible reaparición de las cuasi-monedas es catalogada por los economistas ortodoxos como una “amenaza”. La posibilidad de que las provincias no puedan afrontar sus obligaciones con recursos propios desata la preocupación de algunos economistas, para los cuales el déficit fiscal es siempre una señal de alarma. En un momento donde la demanda externa se encuentra en franco retroceso, la adjetivación de las cuasi-monedas realizadas por algunos economistas parece, cuanto menos, cuestionable y parcial. Haciendo abuso del lenguaje, este tipo de consideración sobre las cuasi-monedas es, más bien, un cuasi-análisis. Paradójicamente, y a contramano de esta visión, el mundo pregona a favor del incremento de una cuasi-moneda en particular, los llamados Derechos Especiales de Giro del FMI, como principal alternativa de salida frente a la crisis internacional.
La parcialidad de los cuasi-análisis se hace explícita cuando se entienden los argumentos económicos que los sustentan. La necesidad de evitar la aparición del temido déficit fiscal (cuya expresión son las cuasi-monedas) descansa en una visión ortodoxa que no sólo ha sido desacreditada por su incapacidad de dar cuenta de la actual crisis económica internacional; basta mirar en el pasado reciente para confirmar que este descredito no es ninguna novedad. Hacia mediados de los años ‘30, y en medio de la llamada “Gran Depresión”, Keynes inauguraba la macroeconomía realizando una crítica demoledora a la teoría ortodoxa de la época. Al contrario de lo que pasa en la ficción, aquí cualquier similitud con la realidad (actual) no es mera coincidencia.
La proliferación de argumentos ortodoxos en el ámbito local se refleja en la preponderancia que adquieren estas visiones en la prensa local. El “sentido común” que yace por detrás de la concepción ortodoxa es una herramienta de poder inusitado a la hora de convencer a la opinión pública de la conveniencia de evitar el déficit fiscal. La analogía con la situación familiar roza lo obsceno: el Estado, al igual que la familia, no debe endeudarse por encima de sus medios. Aquí resulta necesario señalar lo que fuera dicho por Marx: si la ciencia y el sentido común coincidieran ¿qué sentido tendría entonces la ciencia?
Por eso, una evaluación científicamente responsable del efecto de las cuasi-monedas en particular, y del déficit fiscal en general, requiere superar la parcialidad propia de los argumentos ortodoxos, tomando en cuenta las características específicas que definen a la economía local y el peculiar contexto internacional que enfrenta la Argentina. Con un perfil de demanda externa en franco retroceso, debido a una crisis internacional de magnitudes ecuménicas, apuntalar la demanda interna aparece como el único instrumento que permitirá a la Argentina sortear los efectos derivados del shock externo. La mayor incertidumbre que emana como producto de la crisis hace poco probable que esta tarea pueda descansar sobre el sector privado y, en particular, sobre la inversión privada.
Es por eso que el principal objetivo (estatal) frente a la crisis debe ser el de apuntalar la demanda doméstica instrumentando una política que permita redireccionar el crecimiento hacia el desarrollo del mercado interno, apoyándose en la expansión del consumo privado y la inversión pública como principales sostenes del crecimiento. Por lo tanto, el déficit fiscal no es ninguna “amenaza”, sino simplemente una de las posibles herramientas con las que cuenta el Estado para cumplir con ese objetivo. De hecho, la opción de las cuasi-monedas no es la única alternativa: el déficit fiscal podría ser financiado por el Banco Central. El destino de esos fondos (sueldos públicos y/o inversión pública) generaría un impacto positivo sobre el nivel de actividad, a contramano de lo señalado por los fundamentalistas del libre mercado.
No obstante, el rechazo de las consideraciones realizadas por la teoría ortodoxa no implica desconocer el set de restricciones relevantes para la Argentina, entre las cuales la más destacada es, sin duda, la restricción externa. En una economía pequeña y abierta al mundo como la nuestra, las políticas que apunten a incentivar la demanda deben, a la vez, procurar minimizar el impacto sobre las importaciones y la fuga de capitales. Aquí, el control de capitales, el acceso al crédito externo, las medidas paraarancelarias e, inclusive, el aumento de impuestos que sean completamente destinados al aumento del gasto público, son los complementos necesarios de la, también necesaria, política fiscal expansiva. En un momento donde el mundo realiza un pragmático rechazo del equilibrio fiscal tan pregonado desde la ortodoxia, los cuasianálisis que reproducen esas posiciones en el medio local no resisten el más mínimo de los análisis.
Un mal recuerdo
La crisis financiera internacional, con epicentro en las grandes economías del Norte, generó severos perjuicios en la economía real con un impacto que promete ser de largo alcance. El rescate de las entidades financieras ha demostrado una vez más la falacia del credo neoliberal y su teoría del derrame. Rescatar a los responsables de la crisis poco y nada tiene que ver con aliviar el daño provocado en sus víctimas. Los argentinos tenemos experiencia en esta materia. Las sucesivas crisis que hemos atravesado han sido vistas como oportunidades de negocios, en especial por ciertos gurúes de la economía. Basta recordar las previsiones de un dólar a 10 pesos en ocasión de la salida de la convertibilidad con devaluación tras la debacle del año 2001. Muchos de esos supuestos profetas autóctonos anuncian todas las catástrofes posibles con relación a las repercusiones que la crisis del Norte tendrá, al parecer inexorablemente, en nuestra economía. Previsiones de fracaso que parecen más profecías que buscan autocumplirse; rumores que no dejan de incidir sobre las expectativas que los ciudadanos tienen sobre su futuro.
Hoy se vuelven a escuchar, como ecos de ese pasado que pugna por volver, distintas voces en torno del posible regreso de los bonos o cuasi-monedas que vendrían a paliar la falta de circulante, sustituyéndolo. Más allá de su veracidad incomprobable, no dejan de cumplir su cometido, que no es otro que el de generar alerta en la población.
¿Por qué se prefieren los billetes moneda nacional a los bonos? Un viejo refrán afirma que “el que se quema con leche, cuando ve una vaca llora”. Y puede ser una respuesta posible, que no por rápida y a flor de labios resulta menos verosímil.
Los bonos tienen una triste historia para los argentinos. Un mal recuerdo, utilizado como amenaza cuando de lo que se trata es de generar incertidumbre con el objeto de intentar capitalizarla con miras a las elecciones. Aquel que habla de bonos sabe que no es una palabra vacía, sino que apela a la memoria de un país que –pese a vivirlas reiteradamente– no se acostumbra a las crisis.
Hablar de bonos en vez de “plata” prenunció siempre dolores de cabeza. Desde el viejo y remanido bono de Alvaro Alsogaray bajo el lema de “pasar el invierno” hasta el estallido de las cuasi-monedas antes de la caída de la Alianza. Es una memoria que viene de lejos. Y no sólo por los bonos emitidos por las provincias sino por aquellos que fueron “moneda corriente” por parte de diversos empleadores como mecanismo de sujeción y dominación de sus trabajadores, como el caso de “La Forestal”.
Enrique Silberstein, en su libro Vida y milagros de nuestro peso, nos acerca la opinión de Juan B. Justo en un debate de la Cámara de Diputados de la Nación del 25 de junio de 1915: “Es sabido que existen gobiernos provinciales que emiten bonos, provinciales también, con el aspecto de billetes de bancos, bonos que tienen por objeto servir para el pago de los salarios... esos billetes no son recibidos en Mendoza para el pago de fletes y pasajes en los ferrocarriles, ni son tampoco admitidos por el Banco de la Nación”. Y continuaba Justo: “Las empresas particulares que emiten fichas para pagar los salarios no lo hacen porque necesitan hacerlo sino porque quieren operar ahorrándose todo el capital que necesitarían para pagar los salarios con moneda contante y sonante; les es mucho más cómodo pagar sus salarios con mercaderías porque casi siempre todo el salario que pagan a sus obreros en fichas ha de invertirse en consumos en la tienda de la misma empresa. Se tiene así una economía de capital y la seguridad de volver a explotar a los trabajadores, vendiéndoles a un precio enormemente alto los artículos que necesitan”.
Si lo que rige a la economía son las expectativas, toda mención a los bonos o cuasi-monedas remite a expectativas de disminución del poder adquisitivo. Hablar de bonos es hablar de un desmejoramiento en la distribución del ingreso, de una distribución más regresiva. Por eso es preciso que el Banco Central lleve tranquilidad a los mercados con una acción decidida y contundente respecto de la disponibilidad de circulante, de manera que esta crisis no vuelva a significar otra oportunidad para las casi invariables minorías del privilegio en detrimento del conjunto del país y en perjuicio de la calidad de vida del ciudadano común.
Federico Saravia
Director del Museo de la Deuda Externa
de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
Director del Museo de la Deuda Externa
de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
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