Disertación del
Dr. Elías Neuman,
Criminólogo y docente de postgrado de la Facultad de Derecho/UBA,
en el marco del ciclo de cine y seminario online
“Imagen y Justicia”
Para entrar al tema de las cárceles, verdadero laberinto del infierno, me es preciso reflexionar sobre un hecho del que somos testigos, testigos sociales, y que a veces no llegamos a advertir. A quien interese la temática social en cualquiera de sus aristas, para investigar, por curiosidad, para estudiarla en cualquiera aspectos, tiene obligatoriamente que advertir que los tiempos han cambiado y que, entre otras cosas, hemos pasado de un capitalismo industrial a un capitalismo financiero y de servicios. Cualquiera sea la idea que tengamos con respecto al capitalismo en sí, cabe preguntarnos si en tiempos del neoliberalismo se mantiene el mismo sentido ético de la vida humana.
Y es entonces, cuando nos ponemos a ver qué es lo que pasa con determinadas personas que
han resultado excluidas socialmente y que parecen destinadas al desván de los despojos, sin
chance… comencemos por no confundir con los marginados sociales pues el marginado tenía
cierta movilidad social; el excluido no tiene salida, es un inválido social sin movilidad alguna.
Debe advertirse que el excluido social está comparativamente por debajo del esclavo en la historia de la humanidad. Desde la polis griega, todos los sistemas sociopolíticos conocidos (digo “políticos” por comodidad de lenguaje) ha habido esclavos. Pero, en todos ellos, el esclavo tenía trabajo, un dueño o un empleador que se ocupaba de él porque, obviamente, era un eslabón de la cadena productiva. El excluido social no tiene nada de eso. No tiene trabajo.
Vive con su autoestima destruida. Ni hablar de la estima familiar y social. Ha perdido su identidad y es el desaparecido en la democracia. Y, por añadidura, a nadie interesa. Como no interesa a los medios y a las clases medias y altas (hablo en sentido económico) se produce la mayor violencia que existe en la Argentina y en otros países de la región, el hambre.
Hace poco leí que la Argentina podría dar de comer –bien explotada – a 570 millones de personas. Y pensé “caray, somos un país demasiado rico para ser pobre”, y también pensé “un país terriblemente injusto”. Y, por cierto, cuando digo “la violencia más extrema”, tengo que señalarlo una vez más es casi un imperativo categórico que me he planteado para referirlo en todas mis conferencias para que se escuche bien: la violencia más extrema en la Argentina es la del hambre. De la que nadie prefiere hablar y el hambre es siempre hambre y no otra cosa.
Duele, se instala como una droga feroz en el cuerpo, mata. Hay 55 personas que diariamente muere por hambre en nuestro país.
Son personas que mueren asesinadas pues quien muere de hambre muere asesinado y habrá
que pensar si no se trata de asesinatos deliberados.
Los políticos, epígonos del neoliberalismo, nada dicen o dicen mucho, según se vea. Mientras jamás propongan programas serios para el pleno empleo, sin embargo, lo están diciendo todo… Ya nadie siquiera pronuncia las palabras justicia social y distribución de la riqueza.
Y en las cárceles, y ahora comisarías, al menos en la Provincia de Buenos Aires, son alojados en detención preventiva y sanción privativa de la libertad, millares de personas de abajo.
Constituyen más del 90 % y también los delitos son siempre los mismos. Pertenecen a
lo que se denomina delincuencia callejera y urbana.
Quiero advertir desde ya (porque alguna vez me tocó hablar con algún periodista avieso que me quiso hacer decir otra cosa): yo no estoy diciendo que el excluido o el pobre, sin voz y sin chance, tienen destino de cárcel, en todo caso su cárcel sin haber cometido delito alguno, está en la misma libertad… No confundo pobreza con delincuencia y estoy muy lejos de criminalizar, de ese modo, a la pobreza pero, si digo, que hay personas sumamente desesperadas, sin chance, repito, que pueden tomar por el atajo de las adicciones o del delito.
Para sintetizarlo mejor voy a acudir a los poetas, que siempre adjetivan la síntesis del sentimiento y del pensamiento. He leído en las prisiones de México, donde hago habitualmente docencia, y voy con mis alumnos… lo que ya es una suerte de cantilena… se dice que la escribió un viejo preso, y está generalmente pintada en las paredes o bien enmarcada en latón, con esa artesanía de colores estupendos que tienen los mexicanos. Dice:
“en este lugar maldito donde reina la tristeza no se condena el delito, se condena la pobreza”.
Y voy a acudir a algo bien argentino. Abro entonces una página del Martín Fierro donde el Viejo Vizcacha asegura: “La ley es tela de araña/ en mi ignorancia lo explico / no la tema el hombre rico/ nunca la tema el que mande / pues la rompe el bicho grande/ y solo enreda a los chicos”.
Debo reconocer que los abogados somos frondosos, hablamos demasiado y observen ustedes la síntesis que elaboró José Hernández en la que ha logrado sintetizar todo lo que he intentado decir hasta ahora… Invito entonces a volver a la poesía.
Resulta entonces que cuando se escucha en nuestro país hablar de violencia. O se lee sobre ella en periódicos y revistas. O surgen reportajes, de la violencia que se habla, también es la de abajo, está abajo. Esa violencia urbana y callejera es, sin duda dramática, victima y victimario se ven, hablan, gritan, luchan, matan, mueren.
Nadie puede tener una actitud filocriminalista con ella. Nadie puede simpatizar pero si decir que no es la única violencia delictiva y que hay otra superior, muy superior aunque más compleja.
De modo que estamos acostumbrados, cuando se habla de violencia, a mirar hacia abajo porque allí están los delitos de la gente de abajo. Si alzáramos la cabeza y mirásemos hacia arriba deberíamos preguntarnos ¿qué ocurre con los delitos que se pergeñan entre las alfombras rojas de ministerios, empresas transnacionales oligopólicas, en los bancos, en las financieras...?” millonarios, en dólares capaces de hambrear regiones del país. Y allí están en enorme variedad fraudes administrativos y con moneda producto de la corrupción y el soborno en un país como el nuestro en que hubo un legislador trucho y se cobraban sobresueldos por parte de ministros y secretarios, también en dólares. Y allí están los grandes tráficos de nuestra época – comenzando con el de drogas que obviamente vende seres humanos a la droga, y no al revés, el tráfico de mujeres, de sangre, de órganos humanos, de armas de guerra…
Nuestro país ya ha debutado en todos ellos (parece que exitosamente porque no ha habido condenas ni nada por ese asunto). ¿Y la polución de la atmósfera, la tierra y las aguas? ¿E incitar al odio racial, religioso, político y de género mediante los medios de comunicación? ¿Y los delitos
tecnotrónicos?
Lo único que les puedo decir es que los autores de esos hechos no están en la cárcel. Que la
justicia, cuando actúa, cajonea las causas que se prescriben por el transcurso del tiempo. Y ahora cabe preguntar ¿todos estos delitos no son violentos? ¿no generan violencia?. Un solo delito cometido desde detrás de un escritorio por un grupo de inteligencia tiene más coste social y económico que todos aquellos cometidos por delincuentes contra la propiedad que se encuentran presos en todas las cárceles del país y sus alrrededores. ¡Un solo delito! Pero en las cárceles están siempre los mismos siempre, los delincuentes fracasados…
Frente a estas conocidas circunstancias, casi todos los catedráticos de derecho penal y en general de las disciplinas penales, señalan, con razón que “el derecho penal en su ejecución resulta “selectivo””. En realidad cabría hablar con todas las palabras del diccionario de nuestra rica lengua y decir, más concretamente, que esa selectividad se llama discriminación. Y decir, el derecho penal en su ejecución es discriminatorio. La realidad concreta lo confirma año tras año, día tras día, mucho más en tiempos del neoliberalismo.
Ello no es patrimonio de los países periféricos del capital mundial. En algunos países centrales se verifica lo mismo. En los EE.UU. el 50 % de los encarcelados es de raza negra, el 25 los llamados hispano parlantes y el otro 25% se compone de personas provenientes de países de Asia y anglos. Los negros suelen decir: “tenemos más gente de nuestra raza en las cárceles que en las Facultades” Y, es así, si se advierte que los negros constituyen el 7 % de la población del País del Norte y, reitero, pueblan el 50 % de las cárceles...
Otro hecho de aparente difícil recepción es el de tratar de entender cómo se receptó, ya institucionalizado el país en 1983 y así hasta hoy, a la policía tal cual había sido durante la dictadura militar. Me refiero a la policía, por ejemplo, de la Provincia de Buenos Aires, la policía de Camps. Es que por entonces, ¿no se sabía que para crear la democracia requeríamos de instituciones democráticas?, y además de demócratas… Ningún beneficio de inventario, se la recibió tal cual venía como si haber sido el brazo ejecutivo de la dictadura fuese su aval… Y así hasta hoy. Sin ningún programa para hacer un cambio de estructura o ideológico, para que
pueda entender algo sobre la doctrina de los Derechos Humanos, que es la doctrina de la democracia.
La receptamos tal cual. Y uno puede decir caray, que distracción… o acaso que incuria, que ignorancia, que error garrafal. No, no, no. No es tan así. No es tan así. Cuando se recepta una policía de esa manera, tenemos que reflexionar en términos criminológicos, que había un motivo. Y el motivo es una suerte de pacto. No escrito, silencioso, consabido. “Señores de la policía nosotros necesitamos –dicen los políticos en funciones gubernamentales– una policía de control social inmediato, una policía que tome las riendas, que no vacile en desarrollar su mano dura frente a los insumisos, los que protestan, los que manifiestan…y nosotros cerramos los ojos y sellamos los labios frente a los negocios que ustedes realizan”. Son mutuos avales siniestros y silenciosos.
Y entonces se fue acrecentando en 1984, 1985, 1986 lo que se llama pena de muerte extrajudicial.
Alfonsín había derogado la ley de pena de muerte de la dictadura pero la policía
comienza a aplicar, como nunca antes, la pena de muerte extrajudicial conocida como “gatillo fácil”. Y digo pena de muerte extrajudicial porque la lleva a cabo la policía que es un órgano esencial del poder punitivo del Estado.
La prisión es por esencia una forma de control social institucional. Vivimos en una época de control social. En que el control social es importantísimo para los políticos de la llamada de la democracia formal que alberga a un 90 por ciento (tal vez en las provincias argentinas tendremos que elevar esa suma) de gente de abajo. Y en los reformatorios (aunque se denominen “hogares”) será muy dfícil avizorar a un chico rubio. Son todos morochitos, provienen de hogares disociados o eyectores, parecen clonadas sus caras y sus historias.
Y cuando se leen las llamadas historias criminológicas de los que van presos siempre en ellas aparecen esos reformatorios por los que pasaron alguna vez. ¿Quién fracaso, el adolescente o el reformatorio? Es que el rigorismo de esos reformatorios ligados al hacinamiento y al hecho de que se trata de jóvenes sin mayor educación ni valores, hace que esos chicos se resientean aún más o, en otras palabras, ayudan a profundizar su resentimientos familiares y sociales, Alguna vez yo escribí que si la delincuencia fuese una industria de la que viven perdón, de la que vivimos muchas personas, aún luchando contra ella, pues esos chicos serían la materia prima.
Hoy tenemos que ver a la cárcel como un elemento de control social absoluto. Y la violencia existente hoy en las cárceles –sobre todo en Latinoamérica, en general y en la Argentina en particular- nos encontramos con que lo que hoy se padece es superlativamente mayor que hace 40 o cincuenta años. Y vale la pena repetirlo: la cárcel aloja a muchas personas que el mismo sistema engendró.
¿Qué hacer? En la Argentina la opción de hecho es la mano dura y cero tolerancia que se traduce como penas más largas, no excarcelabilidad en la mayoría de los delitos, proyectos de esturar la edad de la imputabilidad hacia abajo, es decir, la política Blumberg que tan notable recepción social y política obtuvo.
La prevención no existe, sólo la represión, cortar el dolor de cabeza decapitando… Adelanto que mi criterio es precisamente la prevención y, entre los datos que agregaría aparentemente extra criminológicos, está, vuelvo a repetirlo, el pleno empleo. Es que al no existir pleno empleo tenemos frente a nosotros una suerte de germen delictivo que no se considera generalmente por el común de la gente. Mucho menos por aquellos que creen todavía –en las teorías de Lombroso y sus seguidores– y encuentran la causa de la delincuencia en focetas occipitales, en delincuentes perversos, en locos morales, en rostros desorbitados e inarmónicos y, además en
genes igualmente perversos que habrá que investigar…
Quiero ahora proporcionar un ejemplo que pueda subrayar lo que dije al principio de esta conversación. Para ello tendríamos que hablar de la llamada readaptación social del delincuente. La tan cacareada readaptación social del delincuente. De la que se habla sin saber uno a qué se refiere, porque nunca ha sido definida ni siquiera descriptivamente.
¿Qué es la readaptación social del delincuente? Readaptar quiere decir, concretamente, que alguna vez estuvieron adaptados. Y nos preguntamos ¿adaptados a qué…?. ¿A hogares eyectores, a situaciones terribles, desde la infancia? ¿al barrio, la villa miseria o el asentamiento en que vivían? “Social”, readaptación “social” Pero si es que esas personas, cuando salen en libertad definitiva o condicional van a dar a su grupo de pertenencia. ¿O a dónde van a ir a dar?, al medio y a las circunstancias que lo lanzaron al delito ”Del delincuente”. Readaptación social “del delincuente”. ¿De qué delincuente? Del preso, porque de estos que hablé anteriormente que nunca llegan al ámbito de la justicia y la cárcel, es decir, siguen en libertad… ¿cómo se los readapta?
En ese orden de ideas, deberíamos plantearnos con honestidad un hecho concreto: ¿cómo
podríamos hacer para readaptar socialmente a un delincuente económico?, si, por razones de arcana índole, llega a ser condenado y preso ¿Cómo se readapta? ¿Alguien lo sabe? ¿Puede aportar ideas…? ¿Cómo hacer para readaptar socialmente a alguien que está más, yo diría, socializado que cualquiera de nosotros?, que ha viajado muchísimo más, que viste de una manera que ni los jueces ni los fiscales ni los defensores vestimos?
Se trata de ese señor que va a los programas de televisión, que sus empresas patrocinan, a protestar por el robo de pasacasetes y pide, poco menos, que pena de muerte para sus autores. A cárcel van a dar personas que van a ser socialmente olvidadas, van a dejar de ser seres humanos para convertirse en categorías legales. Y eso de readaptar, yo les puedo asegurar a ustedes que jamás, en más de treinta y cinco, casi cuarenta años que estoy en estas cosas, he visto que se readapte alguien salvo que tenga una familia muy fuerte y bien conformada. Y que esa familia lo vuelva a acoger. Pero en general, aquello que decía la gran penitenciarista española, Concepción Arenal, a principios de siglo, “de la cárcel los buenos salen malos, y los malos un poco peor” tiene total vigencia.
Ustedes han oído hablar de escuela del delito… Si, si, pues les ratifico que la cárcel tiene mucho de eso. Pero también hay un juego macabro y muy especial que se produce de varias maneras, para que el individuo pierda identidad, que es la estructura de un ser humano. En esos días calcados, llenos de coloquios lastimeros y de violencia, casi siempre de hacinamiento, promiscuidad y de escabrosos reacondicionamientos sexuales, de ley del más fuerte, de negocios hasta el infinito… el recluso debe prestar absoluto acatamiento, volver a la infancia. El afán restringido de obrar queda en cero. Es simplemente uno más al tiempo del recuento. La pérdida de identidad lo cosifica y la sumisión, debe aprenderlo, debe sumirlo en la total aceptación. Es que la sumisión hace más sencillo el control. Ello ocurre también con personas en libertad y con países centrales y periféricos.
La prisión como pena está en la ley y la prescriben los jueces como detención preventiva con el sospechable procesado o bien como pena privativa de la libertad. En todos los casos se trata de la libertad locomotiva o deambulatoria. Pero, el recluso, en especial el ingresado por primera vez, advierte que lo que va perdiendo, al márgen de su libertad, es lo que para muchos constituye el principal derecho humano: la dignidad. Esto no estaba en la ley.
La dignidad humana, tan difícil también de definir, que decidió a Malraux hacerlo por lo que constituye su contrario y habló de “no humillación”. A la pérdida de la dignidad se agrega la de la patria potestad, también la del derecho humano a trabajar. Ninguna ley va a decir “se le condena a la privación de la libertad y además al ocio forzado”. Ninguna ley va a decir que “se
condena a la ineducación”, a la falta de atención médica y dentaria (¿y el derecho a la salud…?
Y así podría seguir enumerando. Sólo diré que el Estado, se ocupa de apoderarse de la libertad del individuo, se apropia de su entera vida y de su muerte.
Morir en prisión es algo que tampoco está en la ley. Hablé recién de la pena de muerte extrajudicial por parte de la policía en los llamados enfrentamientos con delincuentes en las calles (enfrentamientos que suelen ser “ratoneras”). También es pena de muerte, por acción u omisión (caso de enfermedades) la que ocurre en las cárceles.
Oscar Wilde decía, en la Balada a la cárcel de Reading, “nadie lloró sobre la tumba del delincuente muerto”. Lo que yo diría parafraseandolo, es que no interesa el delincuente vivo. La muerte policial o carcelaria obedecen a una forma de violencia racionalizada que se ha dado en denominar “operación limpieza”. Se conoce en toda Latinoamérica, en países como Brasil, México, el nuestro por supuesto, Venezuela, Colombia… Pues, salvo Uruguay, que es una ínsula en ese aspecto, todos tienen Operación Limpieza, con órdenes que viene de arriba y que después se hace tan común que la policía las efectúa por sí y ante sí.
Hay personas que mueren en prisión por enfermedades absolutamente curables, como la
tuberculosis. Pero no hay medios, no hay medicamentos, seguimiento de la enfermedad,
médicos. Y, entonces, esta enfermedad, que es infecciosa, se contagia. Qué decir de otras enfermedades también curables como la cirrosis hepática, la hepatitis, que tomadas en cierto punto se puede luchar, y con éxito. Incluso enfermedades de tipo psíquico. Por ejemplo, depresiones endógenas, o neurosis depresivas reactivas. El individuo sufre, sobre todo ocurre con presos que ya tienen antecedentes depresivos, pero sobre todo con aquellos de origen rural, acostumbrados a los anchos márgenes del cielo y de la tierra, que se ven ahí, como sepultados.
Y entonces estos individuos comienzan con una depresión, una melancolía absoluta que el tiempo y la falta de tratamiento, transforman en un catatonismo que los hace deambular por el pabellón, pidiendo algo para matarse a sus compañeros. Y todo el mundo sabe que se va a matar. Lo saben los compañeros sobre todos los que tienen más experiencia carcelaria , los guardacárceles, que son los presos del otro lado, los presos del preso. Algún día terminará siendo “corbatero”. Corbatero porque se suicidaban utilizando corbatas. Ahora se ahorcan con cualquier cosa pero se les sigue llamando “corbateros”.
También en la cárcel hay suicidios que no son tales. Han sido disfrazados por el personal u otros reclusos. Las prisiones receptan dos grupos que se viven con desconfianza y zozobra pues son enemigos declarados. Viven largas horas separados por las rejas. Se trata de los reclusos y sus custodios, los guardia cárceles. Pertenecen a la misma extracción social. Habitan, muchas veces, en el mismo barrio, en la misma villa, el mismo asentamiento. Sus hijos se conocen, van a la escuela juntos.
Pero la tradición que emana de un código de honor prisional los pone en enemigos potenciales, que se viven con tremenda desconfianza. La desconfianza de la revuelta, al motín. Curiosa circunstancia: El Estado utiliza seres de la misma extracción para la represión penal y el control Pero, en los últimos cinco lustros se suscitan ciertos “negocios” que rompen esas trabas y aquietan los rencores.
Es que en la cárcel todo, absolutamente todo, se negocia. Se negocian actividades sexuales, lésbicas en las de mujeres, homosexuales o pederásticas en las de hombres, también heterosexuales, prostitución… se negocia el traspaso a otra cárcel, a otro pabellón, un certificado de buena conducta para el momento de las libertades condicionales o los permisos de salida… y, por supuesto, alimentos y, fundamentalmente, drogas.
Y cuando digo drogas no digo simplemente las sintéticas. Hoy podemos hablar de inyectomía lo que implica jeringas, agujas y, en especial, la droga en sí. Siempre se dirá en caso que se descubran , en una requisa por ejemplo, que las introdujeron esposas, madres, hijas, convivientes, amantes, novias. Y por eso esas requisas tremendas que se les hace, de tipo ginecológico. De este escabroso asunto ha escrito mucho y bien, Eva Giberti, que tuvo a su hijo preso en tiempos de la dictadura, y que fue objeto de esas requisas, que ella estudió y estudió psicológicamente a las requisantes que las efectúan. Pero aún continúa este tipo de requisas en cárceles como la de Olmos y Villa Devoto.
Volvamos a la muerte en la cárcel. Hablaba de enfermedades, y es imprescindible decirles a ustedes que la mayor parte de muertes por enfermedad se registran por sida. No se puede establecer porcentajes de quiénes se contagiaron en ella y quiénes la traían al tiempo de ingresar en el penal. El resultado es el mismo, muerte. En tiempos en que el sida no mata pues es posible, mediante antiretrovirales, cronificar la temible enfermedad. Los presos sin cuidados, medicamentos apropiados, tratamiento, seguimiento de la enfermedad y comida calórica imprescindible, van desarrollando los diversos estadios y, tal cual ocurría en 1980 cuando no había medicamentos, sobreviene de modo inalterable, la muerte. La vulnerabilidad resulta aún más explícita en la medida en que las cárceles están fuera de las grandes ciudades. Las posibilidades de tratamiento se hacen más escasas.
En general, nadie muere de sida, nadie que tenga la medicación necesaria, y el seguimiento hematológico pero también clínico. Las cárceles registran solo muerte, a secas. En ciertas ocasiones cuando el recluso, víctima del sistema penal, se encuentra en estado Terminal, hay jueces que deciden favorablemente su traslado con sus familiares o a un hospital, en la ciudad de Buenos Aires, el Muñiz. Proveen favorablemente una excarcelación extraordinaria para ayudarle a bien morir. Y a bien vivir, ¿cuándo?
En nuestro país mueren de sida los pobres y mucho más si están presos porque las formas de contagio son mayores. Ya señalé la inyectomía de drogas. La aguja que circula de vena en vena sin asepsia alguna es la forma más rápida de contagio. Y en la prisión hay códigos de hermandad, de una solidaridad macabra, que hace que nadie se niegue a correr el riesgo de inyectar la misma aguja. Negarse sería como un acto de deslealtad o de cobardía.
Después están los cortes que se infringen los presos con elementos pinzocortantes y cuchillos caseros denominados “suncho”. Es muy común que dos amigos que se van a pelear por razones del momento decidan cortarse. Uno le ofrezca un suncho al otro para que se corte y el otro ya cortado se lo devuelve para que proceda del mismo modo. Ellos dirán luego que, de esa manera, se alivian y la amistad regresa de inmediato.
Se afeitan con los máquinas y se tatúan sin la mayor higiene, también con los mismos
elementos. Y después está la problemática sexual. Homo y heterosexual. La ley faculta a la esposa, la conviviente, la amiga, la amante e ingresan subrepticiamente prostitutas y así como no se ejerce control con los presos tampoco hay monitoreo para ellas. De modo que queda abierta la posibilidad del contagio. La enfermedad cunde. Hay quien habla de que el 35 por ciento de los presos padece sida.
No puedo hablar de estadísticas fehacientes. Pero cualquier médico de las cárceles da fe de que la exposición y el contagio cunde. Insisto, no hay para el preso cóctel de drogas ni siquiera una droga aplicada sistemáticamente. De modo que, si ligamos a todo esto la promiscuidad, el hacinamiento, tenemos que pensar que todas estas cosas pasan a ser comunes.
Los grandes negocios que ocurren en la cárcel también llevan a muertes violentas. El caso de las drogas ilícitas proporciona un ejemplo que se sucede en muchas cárceles del país y el extranjero. Los presos venden a otros, claro que la droga entra por medio de funcionarios, guardia cárceles, existe toda una red… La familia del preso es la que paga. Él le miente a su mujer, a su madre generalmente diciéndole que en el pabellón hay alguien que lo quiere matar, que se trata de un adicto loco al que tiene que mantener pagándole la droga. Frente a esa circunstancia la familia trae el dinero a la cárcel y en cada visita se lo entrega. Resulta muy común, pero muy común, que un día los familiares no puede traer más dinero. El preso se desespera ¿Qué hará cuando lo ataque el síndrome de abstinencia o carencia de la droga?
El es adicto y en su desesperación pide que le fíen siquiera por una vez. Pero, ¿cómo le van a fiar? Si le fían, pues, deterioran el negocio. Vendrán otros a pedir lo mismo, ¿y entonces? Entonces, la sentencia es muerte.
Se ve obligado, según el lenguaje de Olmos y de Villa Devoto, a “pedir reja”, es decir un traslado inmediato a un pabellón o algún recinto para “refugiados”. Sabe que si los otros lo encuentran ha de morir por haber roto cierto código. O por no haber pagado.
Lo mismo ocurre en múltiples negocios que quedan impagos. O sea, que se conoce otra causal de muerte, debida, si se quiere a tanta política de mercado en las cárceles.
Finalmente otra forma violentísima de muerte se verifica en las revueltas y motines. No puedo hacer un cálculo de qué posibilidades mayores tienen las personas que van presas de morir, con respecto a aquellas que estamos en libertad. Pero la posibilidad es mucho mayor. Y a todo esto, se me ocurre preguntar volviendo a las finalidades de la pena de prisión ¿cómo podríamos readaptar socialmente a un seropositivo? ¿O, incluso, a alguien que padece VIH? ¿Eso es lo que quiere la ley?
Quiero decir que esto que ustedes están escuchando, lo digo como antiguo docente de la
Facultad de Derecho, y eventualmente también de la de Psicología, no es lenguaje que se
dispensa habitualmente en esos centros de estudio porque no hay investigación de campo, no
hay observación participante. Nosotros creamos, seguramente porque el sistema lo exige,
tecnócratas legales con circunspectas anteojeras. No personas capaces de advertir qué es lo
que pasa con las leyes en su aplicación.
Todos sabemos que aquello que dice el artículo 18 de la Constitución Nacional en su parte final, “las cárceles serán sanas y limpias”. no se cumple.
Las cárceles son pocilgas infectas, lugares infrazoológicos donde se albergan por el Estado una cantidad de individuos que, en realidad, no importan.
Para terminar les voy a contar una anécdota, que es la que me fue llevando a mi a toda una teoría acerca de la existencia de un estado penal, o autoritario, dentro de las democracias formales, para ejercer el control social sobre una ingente cantidad de personas.
Creo que la política neoliberal efectúa ese control, como señale antes, sobre posibles insumisos y rebeldes. Gente de abajo a partir de los excluidos sociales, los reformatorios de menores, en las cárceles, y en múltiples otras facetas que denigran la dignidad humana, por eso referí algo sobre la acción policial y la realidad carcelaria.
Quiero dejarles un ejemplo que fue, para mi, en el año 96 del pasado siglo, de una importancia extrema. Me hizo reflexionar muchas cosas y ahondar investigaciones: estaba estudiando la temática de sida en prisión, que dio lugar después a mi libro Sida en prisión: un genocidio actual. y, como buena parte de mi vida docente la realizo en México, donde tengo muy buenos amigos, alguien me habló de un secretario de estado, léase ministro, del Distrito Federal mexicano. Me señaló que era un eminente Hematólogo y que debía conocer sobradamente la temática del sida. Logré una entrevista a la que fui acompañado por un amigo común. Me senté frente a este hombre y le dije “doctor, quiero que me diga en pocos trazos, cuál es la política de México en materia de sida” y él, rápidamente, cual un resorte, me dijo: “pues no tenemos política”. Quedé estupefacto y atiné a preguntar: “¿en ningún sitio?“ “En ningún sitio, contestó. En las treinta y dos entidades federativas no tenemos política”. “Bueno, le dije entonces, creo que mi segunda pregunta va a ser sobreabundante: ¿cuál es la política con respecto al sida en las cárceles”. Volvió a sonreír y me dijo: “no, no tenemos política”. Iba a decirle que no tomaría más de su tiempo, levantarme e irme, pero le expresé: “¿y por qué no tienen política?”. Entonces me dijo entusiasmado:¡ ¡“esa es la pregunta, la pregunta importante”! Y repuso: ¡”No tenemos política porque esa es nuestra política.”!
E, inmediatamente, me explicó: “como yo sabía que usted vendría por aquí, le tengo este libro. Siéntese mientras yo sigo conversando con nuestro amigo, y mírelo. Y no se proponga hurtármelo”. El libro era del Banco Mundial, una especie de vademecum muy prolijamente editado, en inglés y castellano, que digamos, en un primer gran capítulo traía toda la historia del sida.
Todo, en detalle. Desde el año 79 hasta el 96, pues era una edición reciente. Allí estaba todo, hasta el padecimiento de Rock Hudson incluido.
Un segundo trataba de los descubrimientos realizados para el combate del sida hasta ese momento por los laboratorios. Y entonces hablaba de antiretrovirales, y en todos los casos ponía el laboratorio que lo descubrió y el precio del producto. En todos los casos, el precio del producto. Y existían combinaciones, leí: “en el tercer período o estadío de la seropositividad es necesario…” y ahí señalaba la cantidad de antiretrovirales, y en todo caso el precio de ése cóctel. De drogas. Y luego, obviamente, las formas de monitorear, y los precios. La posibilidad de que haya enfermedades llamadas invitadas que trae el sida, el caso del cáncer, también cómo se puede combatir, en qué período puede llegar… y el precio del producto. El tratamiento médico, y el precio del producto. El seguimiento de la enfermedad, la internación, la alimentación siempre con los precios.
En un tercer gran capítulo, se señalaba, concretamente, que si en un país con tales índices demográfico existe tal cantidad de seropositivos constatados según listas, entonces si se puede solicitar el subsidio del Banco Mundial.
Esta constatación, me permite contestar la pregunta que hice al principio de esta charla, cuando hablé del sentido ético de la vida humana. Nosotros, muchos de nosotros que luchamos por mantener ese sentido ético, que nos lo da la doctrina social y política que emana de los derechos humanos, tenemos que advertir que hubo un momento en que ese sentido ético se había expandido con un estado que se decía benefactor. Hoy, el ejemplo que acabo de mencionar, nos ubica en la realidad del sentido de esa vida humana y su sentido valor: se ha transformado en un problema de costo, riesgo, y beneficios. Muchas gracias.
PREGUNTA: mi nombre es Gerardo E…, estuve preso preventivamente 400 días en el penal de Villa Urquiza de Tucumán… por la petite histoire, como dicen los franceses, me tuvo preso un juez que hoy tuvo que presentarse en el Consejo de la Magistratura por un prevaricato de 10 millones de dólares. Yo estuve preso por tenencia simple de drogas, después me excarceló… Y después de esos cuatrocientos días en el penal de Villa Urquiza, donde pasa todo lo que usted dice, sobre todo en las cárceles provinciales, donde los presos son excluidos no solo de la riqueza, sino excluidos del amor, de la educación, de la belleza… Mi pregunta es: nunca supe nada de derecho, pero alguna vez pasé por la vidriera de una librería y veo un libro suyo que habla de prisiones abiertas, o algo así. Digamos… en el marco de este mundo donde quizás uno se avergüenza de ser ser humano (yo, después de esos 400 días me da vergüenza decir que pertenezco a esta especie a la que pertenezco). ¿Hay alguna posibilidad de hacer algo para que cambie la situación del sistema carcelario en Argentina?
Yo creo que ocurre en la Argentina algo muy singular. Habemos una cantidad de criminólogos o victimólogos, como es mi caso … Zaffaroni… tantos otros… que ven claramente la obsolescencia de la prisión. Advierten que la prisión es antinatural, que es un tormento prohibido por la Constitución Nacional, también en el artículo 18. Y entonces hablamos de medidas alternativas y sustitutivas de la prisión tradicional. No es necesario, tampoco, liquidarla de un plumazo. Pero si que haya otras cosas, o sea: que el juez no envíe al mismo depósito a todas las personas, que el juez no juzgue expedientes, sino seres humanos. Seres humanos que tarde o temprano tienen que volver a la sociedad de la manera más benéfica para si mismos, para sus familias y para la propia sociedad. Hablamos de nuevos tipos de penalidad, por ejemplo, la realización de trabajos en obras y servicios públicos, sistemas de weekend y hasta de la mediación penal e, incluso la prisión abierta, como usted mencionó. Prisión abierta de tipo agrícola pecuaria para gente de origen rural, perfectamente seleccionada… Hablar de este tema daría lugar a uno o dos conferencias más. Pero, en gruesos trazos, de lo que se trata es de que el juez pueda personalizar la pena. Hacer lo que se llama, técnicamente, individualización judicial de la pena. Y vuelvo a insistir, juzgando seres humanos.
Pero los jueces suelen juzgar expedientes. No tienen a la mano una ficha seria de quién se trata, un estudio biológico, psíquico y social de esa persona y tampoco en el juicio oral se advierten esas cosas. Es lo que se recoge de haber formado tecnócratas legales. ¿Por qué tecnócratas legales? Porque lo que estudian es dogmática legal. Y si es alemana, mejor. Resulta que los alemanes, Exner, por ejemplo cambian constantemente girando sus ojos a la realidad y nosotros a la doctrina alemana… ¿Cómo es posible que aparezca un señor Blumberg y cientos de miles de personas firmen algo que implica leyes de mucho mayor dureza… Hay personas, incluso jueces, que creen que el dolor de cabeza se corta decapitando. Habría que explicarles que en el país desde hace años existe la pena de muerte. Que la policía mata en los llamados enfrentamientos en la calle la policía mata a muchísimos personas sospechados de delitos… que en las cárceles muere muchísima gente…
Entonces, cuando eso ocurre, cuando la policía hace gatillo fácil, tenemos que preguntarnos: ¿logran disuadir? ¿Disuaden al delincuente? Cuidado, se trata de la pena máxima al instante, sin acusación ni defensa. Solo muerte, a secas. Pero el delincuente no se intimida ni disuade. Ellos lo dicen, en su lenguaje y lo he recogido en un trabajo que hice con colaboradores en varias cárceles, “antes, si perdíamos en un trabajo que estábamos haciendo, nos encanutaban. Ahora, la policía sale de fierros... Y nosotros también”. ¿Qué quiere decir? Que el delincuente no se arredra. Y nosotros seguimos pensando que sí.
Penas más duras. Y viene un señor, al que recibe el presidente de la República dos o tres veces, porque, claro, este señor (Blumberg) ha reunido 120 mil personas en la plaza, y es un factor político importante. Y se hacen las leyes según él lo señaló. Debemos estar muy enfermos como sociedad si después de una dictadura inescrupulosa y represora como la que tuvimos seguimos pidiendo represión y más represión aunque se trate de delincuentes.
Hay gente del extranjero con la que yo he estado en múltiples congresos, y me preguntan asombrados ¿ustedes todavía quieren más violencia? Y… ¿quién quiere esa violencia?”. Pues, la clase media”. Es que la clase media suele tener una mirada de ciertas cosas, una mirada…que sólo llega a sus ombligos…
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