El autor de "Vivir con lo nuestro" analiza las consecuencias del crack en Wall Street. Resalta los logros de la gestión kirchnerista pero reclama mayor coherencia entre acción y discurso. Y alerta: “Espero que el pago a los holdouts no derive en un retroceso en el modelo.”
Aldo Ferrer se pasó la vida pregonando una idea que lo convirtió en best seller: “Vivir con lo nuestro”. Considerado por sus pares como uno de los economistas argentinos de mayor prestigio, Ferrer –que fue ministro de economía, director en la banca oficial y asesor de varios gobiernos– está sorprendido por la vigencia de aquel trabajo. “Hace 25 años que me preguntan sobre ese libro, sobre su título, y la verdad es que sólo en la Argentina podría haberse publicado un trabajo así –reflexiona–. En cualquier otro país desarrollado del mundo, me hubiesen echado a patadas de las editoriales. Los editores me hubiesen dicho: Pero esto es obvio, claro que hay que vivir con lo nuestro, ¿Si no de qué vamos a vivir?”.
Ferrer sabe, sin embargo, que su título-consejo no es una obviedad para un país que en los últimos 50 años se mostró más proclive a importar dogmas foráneos que a asentar modelos autóctonos. “Es esa vieja idea de que los de afuera nos van a salvar, ya sea con inversiones, consensos o consejos”, resume Ferrer, y da pelea. Incansable. A los 80, el economista cuyas ideas inspiraron el modelo económico de la era K está convencido de que la pelea recién empieza.
En los ‘90, como creador del Grupo Fénix, le dio batalla a la ola neoliberal que arrasó a la Argentina y la llevó a la agonía. Ahora observa cómo ese “enemigo” besa la lona en el corazón mismo de su matriz, Wall Street. Pero eso no lo tranquiliza: “Esta es una crisis de la economía del dinero, pero la economía real sigue con los problemas de siempre. Hay que estar atentos, porque todavía hay quienes insisten en que la Argentina debe integrarse a ese mundo que se está desmoronando”, advierte en esta entrevista, como lo viene haciendo desde las páginas del Buenos Aires Económico, donde ejerce como Director Editorial.
–¿Cómo afectará esta crisis a la Argentina?
–La crisis del 2001/2002 marca un punto de inflexión en la historia económica argentina porque en ese momento se desplomó toda la estrategia neoliberal fundada en el financiamiento externo, la inversión extranjera, la apertura indiscriminada a las finanzas internacionales, la privatización de los principales activos del país, públicos y privados, y extranjerización. Esa estrategia provocó el derrumbe de la economía, un desorden espectacular. El cambio de circunstancia, que en sí mismo fue provocado por el default, implicó una caída de importaciones que permitió acumular fuertes reservas, la pesificación del sistema monetario, la recuperación de la autoridad monetaria, el ajuste cambiario que reestableció la competitividad de la producción argentina, y un aumento del nivel de actividad a tal punto de que hoy el Producto Bruto Interno en la Argentina es sesenta por ciento más alto de lo que fue en el 2002, y la tasa de inversión, la relación entre la inversión y el producto interno, pasó del once o doce por ciento al veinticuatro por ciento en la actualidad. Todo esto se hizo con ahorro argentino, demostrando que la Argentina tiene realmente un potencial considerable. El hecho de que el país haya salido de esta crisis con recursos propios, controlando su endeudamiento, sin apelar al crédito internacional, le ha permitido enfrentar esta turbulencia internacional con relativa comodidad, porque la verdad es que todos los problemas que hemos tenido en los últimos meses no son consecuencia de los acontecimientos internacionales, sino más bien de los problemas internos, el tema del campo, el tema del Indec, el tema de la inflación, la supuesta crisis energética que nunca se verificó. Son todos problemas internos.
Frente al mundo, la Argentina demostró que, parada en sus propios recursos, está capacitada para pagar la deuda pendiente con ahorro nacional. Las evidencias son que frente a los compromisos de deuda del año que viene y del 2010, a menos que se produzca la alteración de la política en sentido negativo, el país tiene los recursos para hacerse cargo. No hace falta tocar el modelo.
–¿Cómo sería esa “alteración de la política en sentido negativo”?
–Aún existen problemas fundamentales como el desempleo, la fractura en el mercado de trabajo, la desigualdad social, la pobreza, que sigue siendo un dato grave de la realidad argentina y que debe enfrentarse. Todos estos problemas son anteriores a esta crisis, y son consecuencia de las pasadas políticas de subordinación a los mercados internacionales, al mundo del dinero y de las finanzas internacionales.
Cuando el país se alineó con los países más exitosos como los de Asia, que crecen sobre la base de su ahorro interno, cuando se alineó con esas estrategias realistas de vivir con lo nuestro, el resultado fue realmente notable. Entonces respecto del futuro, yo diría que en la medida en que el país consolide estos ejes de política económica que fueron tan exitosos, lo que cabe esperar es que la economía conserve un impulso de crecimiento. Pero ahora se abre una serie de interrogantes al futuro, el riesgo, por ejemplo, de que con la apertura de esta operación con los “holdouts” se reinstale el debate económico sobre el financiamiento externo como una condición necesaria para mantener la solvencia del país y para financiar el desarrollo. Eso sería un gran error, porque sería ocuparse de lo marginal y desatender lo fundamental, que es generar los instrumentos adecuados para canalizar el importante ahorro argentino a los fines del desarrollo. Espero que el pago a los “holdouts” no sea un retroceso del modelo.
–¿O sea que, en este contexto, evalúa como riesgoso el pago a los holdouts?
–Corremos el riesgo de volver a poner en el centro del escenario lo que tiene que ser complementario y accesorio, que es el financiamiento externo, y no ocuparnos de lo fundamental, insisto, que es movilizar el ahorro nacional. Por el otro lado, si este proceso se da en un sendero de apreciación del tipo de cambio, con una inflación que no fue frenada por la apreciación del tipo de cambio, que fue considerable en los últimos dos años, se van a ir achicando los espacios de rentabilidad y necesariamente se van a ir planteando a mediano plazo otra vez desequilibrios en los pagos internacionales, incluso una desaceleración de la tasa de crecimiento y de la tasa de inversión, que en definitiva van a reducir la capacidad contributiva de la población e ir generando algunos problemas en el financiamiento público. Así que yo diría que hasta ahora hemos sido muy exitosos. Hay que tratar de consolidar las políticas que hicieron eso posible y estar muy atentos. No hay que volver a las políticas que nos llevaron al fracaso.
–¿Observa una intención de hacer esa rectificación en el modelo, es decir, de privilegiar el regreso al mercado internacional de capitales?
–Mire, tengo la impresión de que la Argentina, por razones de la debilidad de lo que yo llamo la densidad nacional, ha cultivado en un sector de la opinión la idea de que el país no tiene recursos, que es un país de bajo potencial, que solo puede crecer sobre la base del financiamiento externo y la apertura incondicional a los mercados internacionales y a la subordinación de los criterios que son los mismos que han llevado a la crisis mundial ahora. Hay una cierta visión que se arrastra a lo largo del tiempo con esta idea de la impotencia Argentina, que además es instrumentada por intereses ligados a un modelo dependiente de inserción internacional. Y cuesta mucho, le ha costado mucho a la Argentina, construir modelos alternativos. Lo ha hecho en algunos momentos y lo ha hecho claramente después del 2002 cuando el país se dedicó a poner la casa en orden, a recomponer la gobernabilidad de la economía sobre la base del superávit en el presupuesto y en el balance de pagos, fortalecer las reservas del Banco Central y aumentar la inversión interna. Y esto provocó un resultado espectacular. Entonces, estas viejas imágenes del pasado, sumado a una serie de tensiones que se arman en el escenario político por razones tal vez propias de la inmadurez de nuestro sistema –el conflicto del campo, el tema del Indec–, se inserta toda esta idea que prevaleció en los últimos tiempos de que la Argentina iba a tener dificultades para cumplir con sus compromisos externos, lo cual es una falsedad absoluta, porque todos los números indican que el país tiene recursos para cumplir con los vencimientos del 2009 y 2010. Por lo tanto no hay ninguna perspectiva de default, a menos que nos volvamos todos locos y hagamos disparates.
–El Gobierno, sin embargo, dio señales claras de que tiene intenciones de retornar a los mercados internacionales…
–Eso es lo que tenemos que ver. En Nueva York, la Presidenta ponderó los logros de este modelo de crecimiento, la defensa de la industria, el trabajo argentino… Ese fue el mensaje, aunque hay que poner las acciones concretas a la altura del mensaje. Espero que priven las ideas sensatas fundadas en la experiencia y, repito, no poner el carro delante del caballo suponiendo que otra vez el financiamiento depende del crédito externo, de la inversión extranjera, ignorando que la fuente fundamental de la acumulación, aquí y en todos los países que crecen, es siempre el ahorro interno. Por eso digo: los 90 nos llevaron al fracaso. Tenemos que abrirnos al mundo, integrarnos al mundo, pero en el comando de nuestro propio destino, y eso significa, en primer lugar, vivir con lo nuestro.
–¿Por qué nos cuesta establecer un modelo de desarrollo?
–Insistimos en ir al fracaso frente al éxito. Es decir, en muchas oportunidades nosotros tuvimos la posibilidad de desplegar un desarrollo de todo el campo, de toda la industria, de todas las regiones y fracasamos por razones políticas, por divisiones en la sociedad argentina, por haber tomado malas decisiones.
–Nos creamos nuestros propios ciclos.
–Exacto, y creo que por eso es tan importante debatir estos temas con profundidad. La presidenta anunció que esta operación de los holdouts tiene que ser tratada por el Congreso. Es la ocasión para generar un gran debate político. Yo he propuesto la necesidad impostergable de crear un consejo económico social con la participación de los sectores de la producción, del trabajo y de la inteligencia argentina, por ejemplo, las universidades, para elevar el nivel del debate y de la participación. Propuse también crear un consejo de asesores económicos de la presidencia, como hay en Estados Unidos, que es un organismo de alto nivel que enriquece la calidad del debate.
–¿Qué respuesta tuvo?
–No lo sé. Lo escribí, lo publiqué, no he escuchado ninguna reacción, pero creo que son temas que están pendientes. La presidenta dijo en su discurso inaugural que era necesario mejorar la calidad institucional de la república, y esto es claramente cierto.
–A propósito de su propuesta, hace un tiempo se lo mencionó como posible integrante de un consejo de notables que le devolviera credibilidad al Indec…
–Yo no sé de dónde salió eso, pero nadie me llamó. Ahora, mire como son las cosas: esto del Indec se parece un poco al tema este de los “holdouts”, en el sentido de que corremos el riesgo de discutir lo accesorio y no lo principal. En el Indec ya hemos pagado ese riesgo al discutir la medición de los precios en vez de discutir el aumento de los precios. Es como si discutiéramos el termómetro en vez de discutir la fiebre. Lo que ha pasado, entonces, es que se ha creado un imaginario de incredulidad cuyo único antídoto es devolverle al instituto toda la autonomía necesaria para que sea absolutamente incuestionable. Hay buena gente en el Indec, buena gente fuera del Indec, en las universidades, se puede elegir los mejores técnicos por concurso, darle toda la autonomía necesaria, y entonces que nadie cuestione la objetividad de los índices.
–¿Qué se requiere para fundar un modelo a mediano y largo plazo?
–Liderazgos nacionales, estabilidad institucional y pensamiento crítico constituyen lo que yo llamo la densidad nacional de un país. Cuanto más fuerte es la densidad nacional más exitoso es el desarrollo y la calidad de las políticas. En esos terrenos hemos tenido y seguimos teniendo debilidades muy serias. Fracturas fuertes en la cohesión social, liderazgos que acumulan poder, muchos de ellos, como comisionistas de intereses transnacionales, inestabilidad institucional y predominio del pensamiento alienado que viene de los centros de poder mundial, como fue en su tiempo el libre cambio y como fue en la actualidad el consenso de Washington. El éxito de estos últimos años ocurrió porque de alguna manera se fortaleció la densidad nacional. Pero resulta que ahora corremos el riesgo de volver a debilitar esa densidad nacional con la fantasía de que hay que retornar a los mercados y que de esa manera va a haber recursos para la inversión, lo cual es incompatible con la evidencia histórica.
–¿La crisis de Wall Street implica una crisis del capitalismo?
–Esto es una crisis del mundo del dinero, no de la producción, de la inversión y del trabajo. Ese es el mundo real, y ahí sigue habiendo grandes desigualdades. Esta crisis del mundo del dinero va a quedar encapsulada esencialmente en la esfera del dinero y creo que antes de fin de año es probable que se le haya puesto un piso. Y vamos a estar subsistiendo con los otros problemas del mundo real que estaban planteados desde antes. Ese es el mundo al cual deberemos integrarnos como ejemplo y, a la vez, como proyecto de país.
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