Khatchik Derghougassian
Claro, la idea de una gobernanza global no formaba parte de la agenda de la administración de Bush, y la crítica republicana-conservadora a las instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, no pretendía su reforma, sino más bien reflejaba el repudio del sector más duro de los republicanos, instalado en la Casa Blanca en los primeros ocho años del siglo XXI, en general a todas las instituciones internacionales.
Pero sería demasiado fácil y hasta simplista echarle la culpa a la administración de Bush. La insignificancia del G-20 hasta ahora es consecuencia de la ausencia de una visión crítica al modelo capitalista que se impuso como único desde el colapso de la Unión Soviética y el posicionamiento de Estados Unidos como la superpotencia mundial. Ni el multilateralismo de Clinton y los años en que los partidos socialdemócratas construían la Unión Europea, ni el unilateralismo de Bush y el predominio de un capitalismo corporativista en Estados Unidos cuando el centro-derecha asumió la conducción en el Viejo Continente tuvieron una mínima intención de cuestionar la fe dogmática a la virtud del fundamentalismo de mercado que excluía cualquier observación a posibles defectos que, de hecho, desde 2007 y más precisamente en septiembre 2008 revelaron su magnitud desastrosa.
El G-7, entonces, se aferró al modelo, y ninguno de los integrantes del nuevo foro ha tenido el poder de por lo menos modificarlo para detectar las señales de la crisis. La declaración de la Cumbre de Washington, del 15 de noviembre de 2008, sugiere una reforma del sistema financiero colapsado sin, no obstante, realmente poner en tela de juicio sus fundamentos y las consecuencias nefastas que han tenido sobre la economía real. Queda por ver si las medidas que la administración de Obama está implementando distanciándose del modelo anterior, así como el sinceramiento del Primer Ministro Británico, Gordon Brown, abrirán un espacio a las críticas más audaces.
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