En estos tiempos de celebración de fechas democráticas, y hace pocas semanas los argentinos cumplimos 30 años ininterrumpidos bajo ese sistema, se hace necesario no sólo discutir y debatir el rol de los gobiernos, sino también el de las oposiciones.
El otro día, revisando archivos televisivos, encontré la célebre entrevista que Sergio Villarruel, Roberto Maidana y Héctor Timerman le hicieron a principios de septiembre de 1973 al todavía candidato a presidente Juan Domingo Perón. En ese reportaje, el viejo líder, devenido en "león hervíboro" definió a la sociedad argentina como "muy politizada pero con muy poca cultura política" e insistió en la necesidad de armar un consejo de gobierno integrado por oficialistas y opositores que sirva de elemento de consenso entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Se sabe que la idea de Perón provenía más de la tradición corporativista, con influencia de las Cortes europeas, y relegaba al Parlamento a poco más que redactores de leyes, por lo tanto no es útil retomar esa línea argumentativa. Pero me parece importante detenerme en dos cuestiones básicas: la "cultura política" y el rol de las oposiciones.
Entiendo por "cultura política" las formas de relación entre los distintos actores políticos respecto al sistema democrático –gobierno, oposición, grupos de presión, medios de comunicación– y la forma de involucramiento del individuo ante la cosa pública. Y sostengo que en la Argentina de los últimos 30 años se ha llegado a lo puede denominarse un "acuerdo entre caníbales". Es decir, ante el brutal colofón –la dictadura militar– de la etapa que denomino la "Democracia Imposible" (1916-1983), los principales actores políticos, lejos de llegar a un pacto de premisas mínimas, interpusieron el espanto ante lo pasado. En los momentos de cordialidad, cada uno de los actores jugó su rol con delicada hipocresía; en los momentos de crisis, comenzaron los tarascones.
Pensemos, por ejemplo, en los finales de ciclo como el de Raúl Alfonsín o la crisis del 2001. Recordemos la brutalidad de la oposición justicialista entre 1988 y 1989, y la voracidad de los grupos de presión como la SRA, la UIA y los principales medios de comunicación, que hicieron todo lo posible para marcar la cancha a la política. Y de hecho lo lograron entre 1991 y el 2001. La crisis de principio de siglo también mostró la facilidad con que la sociedad argentina se canibaliza produciendo muertos, heridos, desplazados, crisis política. Algunos de esos chispazos volvieron a encenderse en diciembre último, claro.
Claro que no se trata de la lógica de la sociedad de consenso, lo que estoy planteando. La política es conflicto, claro. De intereses económicos, de influencias y voluntades y de armazones simbólicos. Lo que cambia, respecto de la "cultura política", es el compromiso de no romper el juego democrático, por ejemplo.
La lógica amigo–enemigo, por ejemplo, es perjudicial para la construcción de una "cultura política" sólida. Primero, porque no reconoce al Otro como un par; segundo, porque cierra cualquier tipo de disenso hacia el interior de cada uno de los bloques; tercero, porque no permite el pensamiento en diagonal, es decir, no permite articular elementos de uno y otro sector. Es comprensible en momentos de grandes transformaciones, pero termina siendo contraproducente si se mantiene a lo largo del tiempo.
¿Por qué? Porque cristaliza a la sociedad en dos posiciones irreconciliables, que tarde o temprano llegan al conflicto. En el "mientras tanto", se producen enfrentamientos de baja intensidad, prejuicios cruzados, incomprensiones y, sobre todo, la lógica centrífuga impide seducir a los sectores moderados en la escala política. Y se construye un andamiaje discursivo de la justificación total por un lado y del ataque total, por el otro. Así, ni el oficialismo permite a los suyos ver los propios errores ni permite a la oposición comprender que no se puede criticar todo y siempre sin caer en contradicciones flagrantes. Se borran lo parámetros: no importa qué haga la presidenta en realidad. Antes era omnipresente ahora omniausente, la cuestión es criticar, oponer, destruir. Y lo mismo puede ocurrir, en algunos casos, con los actos de gobierno. No importa si está bien o mal tal o cual acto de gobierno, hay que defender de cualquier manera.
Claro que la peor parte la lleva el oficialismo, en todos los
casos. Por el desgaste que produce la gestión y porque algunas
decisiones pueden generar malestar dentro de las propias filas. Dentro
de lo que se conoce como "kirchnerismo amplio", por ejemplo, ya se
empiezan a sentir algunas filtraciones, producidas por sectores
progresistas que no se sienten interpelados por algunas políticas
determinadas y se sienten más invitados a romper con el oficialismo para
“salvarse” a ellos mismos que a bancar la parada frente a las
tempestades que se avecinan. Para la oposición (en sentido amplio:
actores políticos y grupos de presión) el negocio hoy más que nunca es
la oposición destructiva.
El otro punto a tomar en cuenta respecto de la "cultura política"
es el involucramiento de los individuos en el ámbito político. Claro que
no se trata de un "compromiso militante perpetuo", ya que una sociedad
así no podría reproducirse económicamente. Pero el argentino lejos está
de ser un ciudadano ejemplar: cree que con "pagar los impuestos" –lo
mínimo indispensable y en muchos casos evadiendo a la AFIP- ya se
ganaron el carnet de Príncipe y Paladín Argentino. Capacidad de
información, niveles de participación, compromiso con su realidad
inmediata, cooperación solidaria también definen un hacer y un pensar en
la materia. Y, sobre todo, su relación con los partidos políticos.
La crisis de representación de los partidos habla del
comportamiento de los políticos pero dice más todavía del individualismo
outsider, es decir, de aquellos que prefieren cortarse solos para
sobrevivir cargándole sus costos a los demás. Para poner un ejemplo
sencillo: el argentino medio semeja a la "bruja quejosa" o el
"sabelotodo" del edificio que en vez de comprometerse con el consorcio y
controlar desde el Consejo de Administración, se la pasa por los
pasillos acusando de corrupción y de mal manejo al tipo que intenta
controlar al Administrador fraudulento. Obviamente, estos personajes
siempre van a encontrar una factura abultada o una obra que falta o está
mal hecha, lo que nunca van a hacer es arremangarse para solucionar el
problema. Pero como pagan las expensas, creen que tienen derecho a
basurear a cualquiera. Un edificio se sostiene con un par de estos
personajes, pero si la mayoría actúa de esa manera, esa administración
se convierte en un infierno. Con la política pasa algo similar. Si nadie
se compromete y todos se limitan a pagar los impuestos y a quejarse
panza arriba, no hay mejora de la cultura política posible.
Por último, un punto que nunca es visualizado es que el "ciudadano
que paga las expensas" –escrita esta apelación con ironía– es el
verdadero conflicto de intereses en el campo de la acción política.
Alborotado por la "histeria coyuntural", definen siempre como adversaria
a la gestión política y no a los grupos de presión que muchas veces son
más culpables de su situación inmediata que el Estado. Con los cortes
de luz, apuntaron al Estado antes que a las empresas; con la inflación
señalaron al Estado antes que a los formadores de precios. Más allá de
la responsabilidad que tengan los agentes estatales en la falta de
control de ciertas empresas, los responsables directos son esos agentes
privados. Pero la "cultura política" anti estatal, antisistémica,
anárquica-neoliberal –que no tiene absolutamente nada que ver con el
noble pensamiento del anarquismo– dirige al individuo a acusar al Estado
antes que al privado. Y no es buen negocio en términos colectivos,
excepto para el privado, claro. Los medios de comunicación, que son
empresas privadas alimentadas por empresas privadas hacen muy bien su
tarea, por supuesto.
Una última cosa más: los políticos, que también son en cierta
medida una corporación, deberían tomar nota de que su "negocio" consiste
en estar más cerca del individuo que de las empresas privadas, porque,
se sabe, aunque hoy estén en la oposición, mañana, si están en el
oficialismo, los grupos de presión también van a ir por ellos. Y una
democracia profundizada no consiste solo en el derecho al pataleo sino
fundamentalmente del acceso a la acción política de la mayor cantidad de
ciudadanos y de la preeminencia de lo colectivo, a través del Estado y
sus diferentes formas de representación y participación, frente a lo
privado e individual. Lo contrario es este pacto con los caníbales que
llevamos los argentinos desde hace más un siglo.
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