Con la gracia de un elefante en un bazar, Hugo Moyano dio su paso de minué y trastrocó el escenario político. Sus bases acaban de votar por Cristina Kirchner, como él mismo lo dijo, y aun así eligió este momento, cuando todavía ese voto está caliente, quizá cuando está más fuerte la Presidenta, para meter presión. Sus bases emitieron ese voto no porque lo ordenara el jefe de la CGT, sino porque la representación política es diferente a la representación gremial. Es decir, sus bases se sienten cristinistas en lo político y moyanistas a nivel gremial. Son dos planos diferentes, la transferencia de esa representación es muy difícil, y la apuesta de contraponer esas dos lealtades puede tener un costo político muy alto para Moyano. Si eso pasa con los moyanistas, ni hablar de lo que piensa esa masa de la población que ha sido cooptada por el lugar común del antisindicalismo.
Puede ser legítimo o no su reclamo por más espacios de poder a nivel de cargos electivos, de gestión y partidarios para el sector gremial. Pero si su mayor argumento es el peronómetro, va por mal camino. “Está vaciado de peronismo”, “le falta peronismo” afirmó con relación al Partido Justicialista e insistió permanentemente en el peronismo de “Perón y de Evita” de alguna manera representado, según él, por su corriente. Resulta por lo menos sorprendente que ese mismo argumento fuera usado por analistas políticos interesados en ampliar la brecha entre Moyano y el Gobierno. Viejos enemigos de Moyano que a partir del discurso de ayer lo empezaron a ver rubio y de ojos azules.
La sociedad ha cambiado mucho, su composición es muy diferente que la de los años ’50, ’60 y ’70, y el mejor ejemplo justamente es que el gremio más importante en aquellos años era la UOM, un gremio de la producción, y ahora es el de los camioneros, que es un gremio de servicios. Moyano es un producto de esos fenómenos porque proviene del gremio de camioneros y tendría que tener más en cuenta esa metamorfosis. Cambió también la forma de articulación entre los distintos sectores y sobre todo se produjo un proceso muy grande de fragmentación en los sectores populares. Si piensa que el peronismo se pudo mantener al margen de esos procesos, como pensaba el ex presidente Eduardo Duhalde, corre el riesgo de seguir el mismo camino. El famoso peronómetro de hace cuarenta años que quiso usar Duhalde en la campaña electoral quedó anacrónico. Más allá de las disquisiciones dogmáticas y las admoniciones de unos pocos viejos dirigentes del menemismo que pasaron a retiro, a efectos de lo concreto, en este momento, para “la gente”, el “pueblo”, la “multitud” o como quieran llamar a la gran mayoría de los peronistas, el peronismo está representado muy fuertemente por Cristina Kirchner.
Cualquier munición en contra de esa percepción tan extendida es mojar la pólvora, desgastar argumentos que quizá en otro momento hubieran hecho más ruido. Sobre todo son argumentos que terminan por vincularlo con Gerónimo Venegas y Luis Barrionuevo, uno requemado por su respaldo a las patronales del campo –sus patronales– en el conflicto por la 125 y el otro incinerado por el menemismo. Moyano, desde que fundó el MTA en los ’90, estaba instalado más en otra tradición del gremialismo peronista como fueron los antiguos combativos, los “de pie”, los duros o “los 25”.
La proyección hacia el futuro del discurso de Moyano es difícil de medir, porque tampoco se ve con claridad cómo serán sus próximos pasos. En este momento la relación con el Gobierno quedó en un punto de poca estabilidad. La inercia de los hechos lo obligará a decidir si vuelve a posiciones de respaldo o se aleja aún más y sobrepasa el punto sin retorno, es decir, se pasa a la oposición. Es un cuadro difícil tanto para el Gobierno como para Moyano.
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