¿Es el Kirchnerismo la fase superior del peronismo?
John William Cooke pensó esta cuestión con más profundidad que otros. Nunca decretó la caducidad del peronismo pero no se negó a considerar la posibilidad de un futuro en el que una nueva fuerza ocupara su lugar, no como negación sino como superación...
¿Es el kirchnerismo el tercer movimiento histórico tantas veces anunciado? Esta pregunta podía carecer de sentido algunos meses atrás, porque la derrota electoral del 2009 y la sobreactuación mediática de la mayoría parlamentaria opositora auguraban el fin del ciclo político iniciado en el 2003. Además, frustrada la experiencia transversal, el PJ había recobrado el lugar preponderante, lo que permitía considerar el actual período, simplemente, como una nueva etapa de la larga historia peronista.
Aun en el caso de cumplirse aquellos pronósticos, no caben dudas de que por las transformaciones realizadas, el kirchnerismo hubiera quedado en la memoria como un momento trascendente. Pero para considerarlo un movimiento nacional popular, como el yrigoyenismo y el peronismo, faltaba no sólo una adhesión incuestionablemente mayoritaria sino lo que abundó en esos procesos: participación social, entusiasmo militante. Esa emoción colectiva que supera cualquier parcialidad y convierte la política en sentimiento. Lo que reveló la muerte de Néstor Kirchner, y que muchas señales anunciaban, no permite hoy marcar esas carencias. No sólo el dolor colectivo tuvo un alcance y una intensidad pocas veces registrada, sino que hoy son muchos los nuevos kirchneristas y los jóvenes vuelven a descubrir el encanto de la política.
El discurso de gobierno tiene mucho que ver con la cultura peronista de las tres banderas, pero no parece que pueda confundirse la adhesión, hoy mayoritaria, a la gestión de Cristina con la pertenencia al peronismo, sin más. El mismo gobierno así lo reconoce y, aunque reposa sobre estructuras tan inequívocamente peronistas como el PJ y la CGT, busca mostrar otros apoyos. Si consideramos cuán hondo caló en la sociedad la crisis de representación política y el descrédito de los partidos tradicionales, no parece que la masa de recién llegados al kirchnerismo, y a la política, pueda ser absorbida por el justicialismo. La fuerza que hoy lidera Cristina parece llamada a constituirse como una nueva identidad política.
Probablemente Rogelio Frigerio fue el primero en pensar la superación del peronismo. Obligado a contar con los votos peronistas para acceder al gobierno, el desarrollismo creía, sin embargo, que su propuesta podía resolver mejor las contradicciones del frente nacional que habían facilitado el derrocamiento de Perón. El fracaso de Frondizi y Frigerio no desalentó otras propuestas de “superación del peronismo”. Es fácil entender por qué: el retorno de Perón parecía imposible, lo que dejaba abierta la posibilidad de reemplazar su liderazgo. Por otra parte, a medida que se profundizaban las contradicciones al interior del movimiento, se hacía evidente que de allí saldrían dos proyectos distintos con aliados diferentes. Sin la presencia física del líder es impensable que la Tendencia Revolucionaria y el sector vandorista y lopezrreguista hubieran podido coexistir en un mismo gobierno.
Un pequeño grupo de intelectuales jóvenes, durante el gobierno de Arturo Illía –cuyo derrocamiento fácil de prever fue presentado como el fin de una época– difundió un manifiesto que llamaba a la constitución del Tercer Movimiento Histórico, decretando el agotamiento de las energías transformadoras del peronismo. Nada de ello ocurrió, pero vale recordar que los firmantes del manifiesto se repartieron después entre las organizaciones armadas, por un lado, y la colaboración con la dictadura de Onganía, por el otro. El peronismo sobrevivió a ambas formas de negación de la política.
En 1975, cuando la división peronista ya se había formalizado, los Montoneros enunciaron, otra vez, la posibilidad de superación. El universo político que imaginaban, pocos meses antes del golpe militar, incluía un solo actor relevante dentro del campo popular: la propia organización. No advirtieron que la militarización del conflicto había reducido su apoyo y que, aunque la fuerza montonera no era desdeñable, la mayoría de los peronistas, pese a sus reservas con el gobierno de Isabel, no se ubicaba en la oposición. Después del golpe, se proclamó la nueva identidad política, aunque cuando llegó el momento de anunciar la constitución del movimiento la palabra peronista siguió figurando en la denominación.
Rodolfo Walsh criticó con fuerza la pretensión de imponer a las masas una nueva identidad, en momentos en que estas sufrían la ofensiva de la dictadura. Walsh no descartaba la posibilidad de que esa superación del peronismo ocurriera en un futuro, pero señalaba con agudeza que, lejos de buscar una nueva identidad, en situación tan crítica, las masas se refugiaban en aquella que les era conocida.
Quince años más tarde, la oposición al menemismo volvió a plantearse esta posibilidad de superar al peronismo. Quienes renunciamos al Partido Justicialista cuando Menem concedió el indulto, proclamamos de modo demasiado categórico que nada podía esperarse ya de esa fuerza viciada por la adhesión al neoliberalismo, el clientelismo y la corrupción. La emergencia del kirchnerismo demostró cuán apresurado había sido ese juicio. De todos modos, es cierto que el Frepaso impactó con fuerza en la base peronista y, en un momento, pudo pensarse que esta comenzaba a ver al Frente como una alternativa, pero la increíble decisión de constituir la Alianza con el radicalismo cerró esa posibilidad y decretó la defunción de la fuerza orientada por Chacho Álvarez.
¿Qué hubiera ocurrido si los Montoneros evitaban el enfrentamiento directo con Perón y en lugar de retomar una práctica militar que sólo tenía sentido frente a la dictadura, priorizaban la política y profundizaban su inserción en las masas? Si el Frepaso hubiera seguido en soledad su proceso de acumulación política, rechazando la alianza con los radicales y reforzando su convocatoria hacia el peronismo, ¿cuál hubiera sido el resultado a mediano plazo? Ya sabemos cuán vanos resultan estos ejercicios de historia contrafáctica, pero es lícito sospechar que, en ambos casos, la crisis justicialista pudo haberse profundizado en beneficio de las nuevas fuerzas.
John William Cooke pensó esta cuestión con más profundidad que otros. A diferencia de los antecedentes que citamos, nunca decretó la caducidad del peronismo pero no se negó a considerar la posibilidad de un futuro en el que una nueva fuerza ocupara su lugar –no como negación sino como superación, decía con marcada influencia hegeliana–.
Nadie puede rechazar esa posibilidad, porque la transformación de las identidades populares es una de las señales de la marcha de la historia. Pero si eso ocurriera, si el propio proceso político consolidara la identidad kirchnerista como principal, ello no implicaría seguramente la desaparición de la cultura peronista, el conjunto de valores sintetizado en las tres banderas, que hoy son reivindicadas por el conjunto del campo popular.
En estos valores y en esa tradición –que debe ser repensada una y otra vez– habrá de nutrirse la militancia que hoy se acerca al kirchnerismo. No es momento para hacer distingos entre peronistas o no peronistas: si la consolidación del proceso político exige la confluencia de unos y otros, no sería razonable negarse a constituir una nueva fuerza. Nucleando diversas tradiciones, levantando un programa que aloja las reivindicaciones socioeconómicas más añejas y los nuevos derechos civiles y culturales, esa fuerza no resolverá su identidad ni se constituirá como nueva cultura política, de un día para el otro. Ello exigirá seguramente debatir tradiciones y legados, incluso, retomar las discusiones sobre la historia argentina que el aniversario de Obligado ha vuelto a actualizar.
Pero todo esto resultará mucho más simple, y las discusiones serán más provechosas, si la política nos ayuda: si somos capaces de integrarnos todos, respetando matices y banderas, en la fuerza que sustente el actual proceso político y permita avanzar en la transformación.
Escritor, economista, abogado, se desempeñó durante muchos años como periodista y fue director de la revista Crisis en la etapa posterior a la recuperación democrática de 1983. Publicó, entre otros libros, Final sin gloria. Un repaso de la Alianza y el Frepaso, Dilemas del peronismo. Ideología, historia política y kirchnerismo y Rodolfo Walsh, la palabra y la acción, que obtuvo el Premio Anual de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente es director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
es miembre de CARTA ABIERTA además.... y estupenda persona.
ResponderEliminarNo son tan importantes las etiquetas o las identidades cristalizadas; lo importante son las nuevas prácticas políticas, las formas de organización de la militancia y de los esfuerzos por defender y profundizar la justicia social, la democratización, la soberanía económica.
ResponderEliminarRenovar modos de construír las fuerzas es renovar lo que da sentido a ser peronista o kirchnerista en este momento y con la relación de fuerzas existente.
En esa capacidad para debatir, para analizar los errores cometidos, para reformular las consignas sin vaciar el contenido sino precisamente para hacerlas realmente posibles hoy, está la verdadera sabiduría de esta explosión de energía y voluntades.
Abrir los espacios, limar los egos, adquirir plasticidad, para no ceder un milímetro en lo que no hay que ceder, los principios que defendemos.